El Rompeolas. SAMSARA

Permanecía sentado encima de la amplia piedra. Sentía la dureza de la superficie fría al contacto de su trasero, y el frescor le hacía sentir vivo. Además, contrastaba con el calor del ambiente. El sol estaba en todo lo alto del cielo, el cual brillaba intensamente azul, en un precioso día de primavera. Ahí estaba él, sobre una gran roca del espigón del puerto. Rodeado de otras grandes losas similares a la que había elegido para tumbarse. Las grandes rocas dispuestas en hilera, hacían de dique y dejaban en calma y al abrigo las aguas internas del puerto, protegiéndolas de los embates del mar abierto.

Se le había ocurrido la idea hacía poco rato. Hacia una hora aproximadamente. Decidió bajar al puerto de su localidad, con un libro en la mano para disfrutar unos minutos de un precioso día. La verdad es que ahí, expuesto a la intemperie sobre las enormes losas del puerto, hacía más frío del que se imaginaba mientras caminaba sobre el asfalto cuando se dirigía al rompeolas. La brisa marina soplaba más fresca ahí, al borde del mar, que en el interior del pueblo, a solo pocos metros. Por lo que la ropa que llevaba era insuficiente para abrigarse. Por suerte el sol calentaba, y pronto se habituó. 

¡Que sensación maravillosa! Exhaló el aire en un prolongado suspiro, dejando ir las emociones del día, mientras se tumbaba recostándose hacia atrás, con las manos entrelazadas en la nuca, a modo de cojín. Había dejado a un costado el libro que había llevado para leer un rato. Cerró los ojos, al tiempo que inspiraba el aire húmedo con el característico olor a salitre y a mar. Sentía el contraste del frío sobre su espalda, que le subía a través de la ropa desde la losa, con el calor del sol sobre su pecho, que le irradiaba como si fuera una manta térmica invisible. Se estremeció de un ligero placer, recorriéndole un escalofrío desde fuera de su piel hasta el núcleo de sus entrañas. 

Sentía ese momento profundamente mientras escuchaba hipnotizado el batir de las suaves olas sobre las piedras. Rítmicamente. En infinita constancia. En inagotable batir. -Tal y como la vida es desde el inicio de los tiempos-, pensó. Universo eterno, permaneciendo en movimiento constante, inalterable, por encima y a pesar de quién por unos instantes halla reparado en ello, como él en este preciso momento.

Pasaron unos minutos, no sabría cuantos, puesto que se adormiló. Esa sensación como que no estás ni despierto ni dormido. Quizás estás en ese límite entre la vigilia y el sueño. Se movió ligeramente, sintiendo la incomodidad de la dura e irregular superficie, y notó como algo se deslizaba por la losa con una fricción ligera. Abrió los ojos sobresaltado, y vio escurrirse su libro, hacia abajo por una grieta entre las grandes piedras. Al quedarse adormilado, posiblemente el libro le había ido cayendo sin poder hacer nada por evitarlo.

-¡Vaya!- Exclamó, mientras se tensaba. -¡Con lo bien que estaba hace unos segundos!- En cualquier otro momento hubiera exclamado alguna maldición y echado pestes por su mala fortuna. Pero sin saber muy bien porqué, se quedó mirando desde arriba, con su cuerpo medio girado sobre la roca apoyado sobre un codo y con cara divertida, dejando ir un largo y pausado suspiro. Dejó el momento de improvisada meditación, y en seguida, desde su atalaya, empezó a activar su mente para ver cómo podía recuperar su libro. 

SAMSARA


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