El Desayuno. SAMSARA

Él estaba absorto en sus pensamientos, valorando distintas opciones que se le presentaban ante sí. Estaba en un momento en que debía tomar decisiones importantes en su vida y en su negocio. Del paso que diera y de la decisión que tomará dependía parte de su futuro inmediato, y eso lo preocupaba. No tenía muy claro hacia que dirección debía dar sus pasos, y esa circunstancia lo tenía ensimismado mientras se llevaba una taza caliente a sus labios.

-Entonces Esther me dijo que Fernando, el del departamento de logística, le había tirado por tierra todo su trabajo. Ese tío es un déspota, siempre les hace lo mismo a las chicas de la oficina-. Ella le estaba explicando algo de forma acalorada, vehemente, era algo que había ocurrido el día anterior en su trabajo. Su relato le sorprendió, apareciendo, de repente, más allá de sus pensamientos. En ese momento se sintió culpable porque no le estaba prestando atención.

Asintió de forma automática, intentando disimular que no se había enterado de la mitad de su parloteo. Él la fue interrumpiendo con algunas preguntas, intentando buscar en sus respuestas el hilo de la conversación que había perdido. No se atrevió a decirle que no la estaba escuchando.

Élla se extrañó de que le hiciera esas preguntas, puesto que hacía un buen rato que le estaba explicando sobre su amiga Esther y lo que le pasaba en el trabajo, pero le respondió con paciencia, pues ya estaba acostumbrada a que él hiciera esas cosas.

Estaban en la terraza de su casa, desde la que se veía el mar, allá a lo lejos, aprovechando la buena temperatura del verano, y desayunando tostadas de pan con queso fresco y mermelada. Era uno de los mejores momentos del día, pues podían compartir unos minutos de relax antes de empezar su jornada laboral, disfrutaban de ese momento íntimo, de unidad, en el que se explicaban cosas relevantes para ellos, y que les daba fuerzas y ánimo para empezar su cotidianidad.

Ante el remordimiento por la culpabilidad por no haberle prestado toda la atención que se merecía, él había logrado reconducir la situación de forma airosa, ahora seguía lo que ella le explicaba absolutamente conectado, plenamente pendiente de ella y dándole su parecer en algunos momentos en que ella le dejaba espacio para ello.

Se mezclaba el aroma del café, con los cítricos del zumo de frutas licuadas. Cada día disfrutaban de ese momento que tanto los unía. Se creó un instante de silencio, como tantas veces, y pudo degustar el intenso sabor del café americano que se estaba tomando. El contacto caliente del líquido en sus labios, seguido del sabor que le inundaba el interior de su boca, donde se expandía el sabor en toda su voluptuosidad, para notar como bajaba por su garganta el ardiente café. Siempre se sorprendía. -¡Por dios, que bueno!- exclamó. Se lo dijo a ella, con cotidiana naturalidad, mientras elevaba la mirada en expresión de sumo placer.

Ella le sonrió, mientras lo miraba, confirmando con una sonrisa cómplice lo que él estaba sintiendo. Ella mordisqueo la punta de su biscotte, deleitándose igualmente de ese acto tan sencillo. La tostada estaba atiborrada de queso fresco, una variedad de requesón, y por encima había dispuesto unas cucharaditas de mermelada de frambuesa de calidad ecológica. También elevó la mirada, mientras fruncía los labios, en una mueca de placer exagerado. Un gemido de gusto y complacencia salió de su garganta, a pesar de mantener la boca cerrada mientras degustaba su sencillo manjar.

Ambos estaban disfrutando de ese momento tan suyo, tan ordinario, tan mágico. Sorbían el zumo de frutas naturales, recién licuadas. Naranjas, zanahorias, melón, fresas, melocotones. De color anaranjado intenso, tirando a rojo coral, el jugo estaba buenísimo. Al sorberlo por el interior de los labios, la boca semiabierta, podían oler su aroma ácido mientras el líquido llenaba sus bocas. Sabor que colmaba sus papilas hasta su máxima intensidad, frescor natural que dejaban pasar por su garganta en un acto casi obsceno de placer. En ese momento no había espacio para más, ni para el pensamiento, ni para las preocupaciones.

Cuando ya estaban acabando de desayunar, cuando las sensaciones se desvanecían, entonces dejaban paso al resto del día y ese instante marcaba, con su extinción, el momento de retomar las preocupaciones: las estrategias comerciales del negocio de él, o el día a día de las relaciones laborales de ella. Siguieron charlando durante unos pocos minutos más de aquellas cosas que les inquietaban, aquello que preveían podía ser su jornada, como preludio que anunciaba su inminente vuelta al trabajo ordinario. Poco a poco la magia del momento se fue diluyendo, dejando paso a la vida, o a otros aspectos de ella, no tan sublimes, no tan mágicos.

Volverían a verse al atardecer, antes de la cena, y volverían a compartir.

SAMSARA

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