El Autobús. SAMSARA

Notaba cómo el sudor le caía por su espalda, sintió cómo una gota le resbalaba por la piel bajo la camisa y se deslizaba haciéndole cosquillas. Su frente estaba perlada de sudor, pues hacía mucho calor y humedad. Estaba esperando en la parada del autobús, en un mediodía bochornoso, y hacía un buen rato que lo esperaba con inquietud, y aunque sabía que no tardaría, pero se inquietaba por la incomodidad de la espera.

Se dio cuenta de que su pie mostraba su nerviosismo dando pequeños golpecitos en la acera, sobre el gris y caliente pavimento bajo la marquesina de la parada de autobús. Mientras se observaba a sí mismo perdió un poco la noción del tiempo, pero se alegró enseguida de oír el rugir característico del autobús al subir la ardiente cuesta.


—¡Al fin!—dijo para si. Sus pupilas se dilataron de entusiasmo al ver cómo el vehículo metropolitano pintado del rojo característico se acercaba hacia la posición donde él permanecía. Llegó dando un resoplido, mientras abría las puertas suspirando antes de detenerse frente a la parada. Frente a él se abrieron las delanteras, mientras de reojo veía las centrales y traseras también abrirse. Unos chicos jóvenes saltaron entre jolgorios y risas, antes de que el chófer detuviera el vehículo.


Iba a subir el primero, pero cedió el paso a una mujer mayor que él. Lo hizo por cortesía, sin saber muy bien porqué. Subió tras ella, y validó el billete sin prestar atención a un hecho tan cotidiano.

Enseguida sintió las vibraciones bajos sus pies, y la inercia que lo impulsó hacia atrás ligeramente, indicador de que el autobús reanudaba su marcha. Advirtió, de repente, que dentro del autobús hacía frío. Prestó atención al contraste de temperaturas mientas el conductor iba ganando velocidad en su repetitivo y habitual trayecto.

El calor pegajoso que había sentido hacía unos instantes, mientras esperaba en la calle, ese sudor, que sentía en su acalorado cuerpo, ahora se convertía en un frío húmedo. Sintió cómo ese frío se iba apoderando de su garganta, sintió cómo un nudo se formaba tal si le aplastaran con una fría pelota de piedra en el cuello.

Sometido a esos contrastes no tuvo más remedio que sentir. Observar cómo su cuerpo respondía al brusco cambio de temperaturas. Sintió como se encogían sus hombros bajo la delicada camisa de vestir, que no le ofrecía protección contra el fuerte aire acondicionado. Sintió como los pantalones le iban holgados, y sus pies dentro de sus zapatos bailaban ligeramente. —Es como si se hubieran encogido.— Prestó atención a cómo su piel reaccionaba al frío.

El cuello empezaba a dolerle, y aún quedaban unas cuantas paradas antes de llegar a su destino. Tomó la resolución de quejarse al chófer y, un poco airado, se dirigió en tres zancadas hacia el espacio de la cabina. Se plantó allí y se quejó al hombre sobre lo fuerte que estaba el aire acondicionado en el autobús. El chófer lo miró de arriba a bajo, mientras manejaba la palanca automática de cambios. Se encogió de hombros y elevó su labio inferior en una mueca de impotencia, o de indiferencia. Como lamentando la situación, pero sin intención de ponerle solución.

Y él sintió, de repente, cómo de nuevo su temperatura subía. Una sensación le creció desde las entrañas, sintió que un profundo enojo se apoderaba de su voluntad, y sintió nuevamente, casi como si de una broma se tratara, que el calor le ruborizaba y congestionaba la cara, el sudor le caía por su espalda, sintió cómo una gota le resbalaba por la piel bajo la camisa y se deslizaba haciéndole cosquillas. Su frente estaba perlada de sudor, pues hacía mucho calor y ahora, además, estaba enfadado...

SAMSARA
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