El Sofá. SÁMSARA

Dejó caer todo su peso sobre el mullido cojín del sofá, con la seguridad de que éste lo recibiría sin rechistar. De hecho en ningún momento se le había ocurrido la idea de que eso no fuera a ser así. Había realizado ese gesto cientos de veces, quizá miles.

Generalmente llegaba al área del salón donde se hallaba la televisión, daba un último paso que lo llevaba a plantarse entre la mesita auxiliar y su querido sillón y con un calculado e imperceptible giro de tobillo generaba una ligera oscilación que le permitía caer en rápido vuelo raso hasta las profundidades aterciopeladas del cojín que tantas y tantas veces lo había recibido. 

El sofá soportaba todo su peso, sin posibilidad de réplica ni opción de defensa ante el impetuoso devenir de las circunstancias, siendo éstas, en este caso: el peso de su culo.

Jamás se hubiera podido plantear que ese tan suyo y automático gesto fuese posible ponerse en entredicho, pues aplicaba como muy propio el pleno derecho de someter a su inconsciente voluntad, al inerte objeto que lo acogía de modo tan sumiso.

Pero aquel día, mientras aún no había completado tan mecánica maniobra, mientras volaba a escasos centímetros de su confortable y mullido objetivo, tuvo un pensamiento de lucidez. Fue como un repentino flash de consciencia. Se vio a si mismo realizando ese salto mortal sin red que lo lanzaba por unos instantes al vacío y prestó atención al inminente momento del suave e inevitable aterrizaje.

Y llegando con sus sentidos alerta al momento del previsible impacto y tomando absoluta consciencia del momento que estaba viviendo. Sintió la oleada de placer que ascendía desde sus nalgas hasta su espinal dorsal para transmitirse hacia su mente en oleada casi erótica provocada por la liberación que en su neurología se generó al saberse recibido en toda su humanidad. 

Era como una liberación poder observar cómo llegaba ese instante tan cotidiano, hoy, tan lúcido.

Un suspiro profundo de satisfacción surgió desde lo mas profundo de su interior, antesala del descanso posterior a la intensa actividad del día casi ya consumido.

Una vez más su rincón favorito acogía al exhausto guerrero. Su sofá querido de nuevo se dispuso a abrazarlo y a sostenerlo sin rechistar. Él había cumplido con sus tareas, había trabajado duro, luchado por sus objetivos y ahora era el momento de volver a exhalar un plácido suspiro liberador de la tensión acumulada.

La única cosa que estaba sucediendo diferente al resto de cientos, quizás miles de ocasiones, es que ahora se estaba dando cuenta de que ese cotidiano momento, estaba ahí para él, para su uso y disfrute.

Se dispuso a experimentarlo sin limitaciones. Estiró las piernas, mientras sentía como la energía atorada se liberaba en direccion a sus extremidades. Abrió sus brazos en cruz, acompañando el gesto con un inmenso bostezo que intensificó lanzando un lánguido gruñido de placer.

Como tantas veces, fijó su mirada en el mando de la tele y alargó la mano con la intención capturadora de hacerse con él, como si de un trofeo se tratara. Se disponía a mover los dedos en precisa combinación con el propósito no consciente de buscar su canal preferido. 

Esta vez, sin embargo, no acabó de realizar el gesto. Algo en su interior lo paró. Ahora estaba consciente de sus automáticos movimientos, y se dispuso a permanecer quieto. En intensa observación del NO hacer nada. 

Respiró hondo y observó su tan familiar entorno. Su vista recorrió los objetos que lo envolvían. No eran muchos, el salón de su casa no estaba especialmente abigarrado de muebles ni adornos, por lo que no le fue difícil pasearse visualmente por su entorno. 

El silencio era intenso, la percepción de sus sentidos se hizo aguda, su consciencia del momento cobró intensidad.

Experimentó un momento mágico de silencio allá donde debiera haber ruido, un momento mágico de observación allá donde debiera haber ceguera. Experimentó un momento de confort en su cuerpo, allá donde debiera haber tensión. Todo lo que le rodeaba cobró intensidad por el mero hecho de tomar consciencia y observarlo. 

Era una sensación extraña por tan poco usual, a pesar de estar ubicado en el lugar donde tantas y tantas veces había permanecido anestesiado por la televisión, amodorrado por el cansancio, abatido por el inexorable paso del tiempo.

Respiró hondo una vez más, y tomo la determinación de permanecer conectado con sus sentidos durante un buen rato. Esa noche ya no encendió la televisión, y disfrutó del acogedor momento que le ofrecía la vida. 

Se prometió que a partir de ahora, antes de abandonarse al ordinario hábito de desenchufarse de la vida, efectuaría un acto de conexión con su esencia, y permanecería presente en observación de los mensajes que su profundo Ser estaría dispuesto a revelarle.



SÁMSARA



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