Los amigos. SÁMSARA

Su mirada estaba perdida en el fondo del plato. Sentía un vacío, ausente de sensaciones, absorto en la nada. Un ruido de cubiertos, el metal chirriando sobre la loza, lo sacó de ese mini trance. Se sorprendió a si mismo inhalando aire por la nariz y dejando ir un largo soplido por la boca.

Miró alrededor suyo y los vio charlando, con los carrillos llenos, riendo y mirándose ansiosamente unos a otros. Observó cómo se establecía un juego en el que nadie ganaba. Había una corriente telúrica que los unía a todos pero que nadie percibía. Ni siquiera él que estaba alerta y consciente de ese movimiento.

Unos explicaban de forma grandilocuente las últimas noticias financieras del momento, con aires de conocer y saber más que nadie sobre ese tema, como si los designios del movimiento socio político y económico estuviera sustentado en esa mesa alargada llena de platos, comida, cubiertos y vino.

Si otros no podían argumentar lo contrario o apoyar la corriente de opinión reinante, quedaban rezagados de la conversación, como a él mismo le estaba pasando.

También la conversación derivaba hacia chismorreos sobre personas conocidas, justo los que ese día no habían podido acudir. Si te perdías alguna de esas cenas estabas sentenciado, probablemente. Se juzgaba sin defensa posible a amigos y conocidos de forma jocosa e incluso alarmista en algunos casos.

Otras veces la conversación derivaba a los trabajos de los más ilustres componentes de esa mesa, explicando conocidos y aburridos chances sobre éste o aquél tema. Todo sumado, cogia un aroma de naftalina pringosa que se apoderaba de su persona. Y él aún no había descubierto cómo zafarse de eso, cómo proveer a esas cenas de un sentido más elevado.

Su estado de ánimo era consecuencia de esa frustración contenida que sentía hacia su grupo de amigos. ¿Amigos? Se sorprendió preguntándose en lo profundo de su mente. Eran un grupo de personas con anhelos tan dispares, que ya no los reconocía como propios. Ya no los vivía con la intensidad que un verdadero amigo mereciera. Y eso hacia ya años que lo tenía carcomido. La culpa se apoderaba de su nterior, al mismo tiempo que el rechazo por su grupo.

No tenía respuestas a cómo debía comportarse. Permanecía callado, distante, fuera del grupo. Sintiendo un mar de emociones en su interior. Mar oscuro y tenebroso, mal oliente por un ambiente estancado y enrarecido. Todo esas emociones lo habían sumido en ese silencio ausente, instantes antes de que el chirrido de la loza y el tenedor le sacara de su ensimismamiento.

(imagen de la serie Los Soprano)

Cada vez que los veía sentía la alegría en el fondo de su corazón. Sentía como danzaba en su interior un baile de mariposas al sentirse en pertenencia al grupo. Abrazos, saludos, apretones de manos cariñosos y palmadas en el hombro sinceras. Una armonía que permanecía más en el deseo que en lo acontecido. 

Poco a poco la camaradería, la alegría por los años y experiencias compartidas, iban dando paso a la desilusión. A la desazón profunda que le provocaba sentirse ausente. Sentirse fuera de allí. A la comprobación fehaciente de que ya no pertenecía al clan. Al grupo. Los chicos iban hacia un lado y él hacia el otro. O quizás era él quien se marchaba por otros lares, mientras ellos permanecían en ese punto. No lo sabía, no tenía certezas, ni respuestas. Solo un enorme vacío en sus entrañas.

Los miro y observó. Una imagen en movimiento, sin sonido. Como si estuvieran lejos. Los miro uno a uno. Sus amigos. Un grupo de desconocidos que bailaban en torno a sus propios personajes. Un maremagno de egos danzando en torno a ídolos falsos. Y él allí en medio. Sólo, triste, con culpa y pesar, acercando a sus labios el siguiente bocado, que ni degustó, ni sintió, ni pudo prestar atención a su aroma, porque solo le llenaba el tremendo hueco que sentía en su interior.

SAMSARA
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