La carretera. SÁMSARA

El sol entraba a través del cristal del parabrisas y provocaba sinuosos reflejos en el interior del vehículo. Las pequeñas motas de polvo tomaban relevancia al recibir el impacto de los rayos solares, y le gustaba observarlos por lo cotidiano de la experiencia, aunque sin perder la noción en tal fugaz detalle, puesto que debía prestar atención a la conducción.

Era uno de esos trayectos que tantas veces había hecho, en una carretera bien asfaltada y segura, aunque llena de largas curvas que tejían el recorrido entre las pequeñas montañas. Estaba desplazándose por una zona boscosa, ligeramente montañosa y su destino era la localidad donde vivían sus padres.

El simple acto de discurrir por esa carretera le conectaba con las sensaciones de amor hacia papá y mamá. Ambos eran personas mayores, pero gozaban de excelente salud. Además disfrutaba enormemente de charlar con ellos, pues la edad no había limitado su capacidad si no que, al contrario, la había aumentado. 

Se sentía feliz de ver cómo, al mismo tiempo de ir avanzando en edad, avanzaban en sabiduría, y deseó para si esa misma cualidad. Ojalá llegara a su edad con esa claridad y fortaleza, sentía gran admiración y orgullo por sus progenitores, así como gran fortuna por poder disfrutarlos. Aunque no fuera tanto como quisiera, pues sus obligaciones en su trabajo se lo impedían.

Las curvas en esa conocida carretera seguían transcurriendo provocándole una sensación de confort, mientras el sol penetraba y le calentaba los brazos, el pecho y la cara. ¡Suerte de sus gafas oscuras! Sino difícil sería seguir la trazada sin cerrar los ojos, con la tempranera luz sobre el cristal, impactando en sus retinas.

Se le hacia largo el trayecto, no por la hora y algo que tardaría, sino por la ligera impaciencia que sentía emerger en su interior. Sentía, más que imaginaba, el cálido olor del café con leche que le esperaba al llegar al hogar de sus padres. Sonreía para sus adentros mientras imaginaba el cálido recibimiento que iba a disfrutar, el abrazo amoroso y sincero, limpio, alegre e intenso. Disfrutaba pensando en la conversación que iba a haber, casi siempre siendo el foco de su atención.

¿Cuantas veces las personas disfrutamos de la atención de nuestros semejantes? Pues allí, sería yo quien recibiera ese baño de atenciones. Aunque debería ser al revés y siempre quería que fueran ellos los atendidos, pero acababa dejándose arrastrar por su cálida atención, su amoroso cuidado, su incondicional apoyo.

Nunca podría agradecerles tanto amor recibido, tantas caricias en forma de consejos, tanto apoyo también material. Por eso, cuando se acercaba el día de hacerles una visita, esa carretera se le hacía larga, precursora de momentos cálidos, curvas suaves sobre el gris asfalto, con el sol afuera sobre el cristal y el sordo sonido del motor del coche.

Con cada curva su cuerpo se inclinaba, se dejaba mecer. Curvas largas, amables, serenas. El traqueteo de la calzada, el rugir del motor, el calor ligero de la mañana de otoño lo acunaban. No se dormía, estaba totalmente alerta, pero se dejaba llevar por la sutil sensación de estar realizando un viaje al encuentro de sus raíces. Otros vehículos circulaban, en mansa procesión, ajenos a su momento de ilusión contenida, de enigma mágico a punto de resolverse. Atención plena al instante momentáneo.

Ya estaba llegando, una sonrisa amplia se dibujó en su boca, solo de pensarlo.

SÁMSARA 
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