La vaca. SÁMSARA

Los orificios de su hocico se contraían y dilataban al ritmo de su respiración. Sus ojos, redondos, inocentes, lo miraban en una constante interrogación. Era como si una pregunta sin respuesta se elevara al aire sin la intención expresa de caer en ningún lugar concreto.

Su postura aparentemente impasible, denotaba un miedo profundo a los acontecimientos. Más allá de su imponente tamaño se percibía una inquietud eterna. Su cola oscilaba mansamente y algún músculo vibraba nervioso bajo la capa de su piel.

Por lo demás, nada hubiera hecho notar la inquietud que le transmitía el observarla con detenimiento. El lugar en el que se hallaban era maravilloso. Un prado se extendía frente a su vista, las flores silvestres bordaban el paisaje verde intenso.

El terreno ascendía ligeramente en una cuesta de extensión interminable. Al fondo las montañas nevadas, que conformaban el valle, delimitaban el horizonte. El cielo azul, ribeteado de jirones blancos, dejaba sentir el calor del sol que se mezclaba con el fresco aire puro. 

Los insectos zumbaban a su alrededor como en una sinfonía minimalista. Los aromas de la primavera penetraban en su nariz llenando sus pulmones y vivificando su interior. Sonaban espaciadamente los cencerros aquí y allá en la explanada donde el rebaño pastaba.

Unas eran marrones, otras blancas y bicolores. Los terneros seguían a sus madres haciéndose notar con sus saltos y quiebros. Todas las vacas pastaban por la ladera como si fueran una postal de un paisaje alpino.

La que te tenía frente a él, de color caramelo, enorme, movía la cabeza como asintiendo y le seguía, curiosa, oliéndole la palma de su mano. Él se sentía abrumado por su tamaño, sobrecogido e impresionado con la familiaridad con la que el animal le trataba, a pesar del temor profundo que percibía de la res.

Se sabía depredador, se sabía animal superior en la escala alimenticia, sin embargo se sentía expuesto ante la enorme bestia que lo miraba intrigada buscando respuestas que de algún modo no iban a llegarle. 

Y ahí estaba frente a él, observándole. La vaca dio un paso para acercarse. La hierba crujió bajo sus enormes pezuñas y un ligero y cercano temblor en el suelo le indicaba su peso. Esos ojos inocentes, lo escudriñaban, parecían querer comprender. De nuevo, esos enormes orificios nasales ventearon su mano, mientras una lengua rosada y larga, puntiaguda y caliente le lamió la mano y el brazo.

Él dio un respingo, pero se mantuvo. Expectante. No podía demostrarle el temor que sentía, se dijo a sí mismo. Al instante el animal retrocedió meneando la cabezota, como si quisiera sacudirse una idea inapropiada. Parecía tan humana…

El animal siguió retrocediendo mirándole de soslayo. Como si hubiera comprendido que sus mundos eran muy diferentes. Como si hubiera entendido que ella era la presa y ese otro ser flacucho fuera el depredador. Algún instinto, alguna alarma interna, ancestral, la hizo retirarse unos metros. 

Para él, el gesto del animal, también fue definitivo. Había sentido el calor del lametazo tibio de la vaca y algo en su interior se despertó. No era algo normal o convencional. El orden de las cosas en la vida se había alterado. Las vacas no pueden confiar en sus explotadores. Sabía que los mundos que habitaban eran tan dispares… tan eternamente opuestos.

Pero por un instante él había sentido una conexión impensable. No podía dejar de sentir el peso de la mirada del animal, ni la tibieza de su lengua rosada, ni la inteligencia de otro universo. Qué extraña y rara sensación ¿Cómo podían vivir en el mismo mundo dos seres tan opuestos? Él había comido tantas veces carne de ése animal y es como si la vaca lo comprendiera y aún así lo aceptara.

Pero no por ello pertenecían al mismo universo. Seres de planos opuestos: depredador y presa, verdugo y víctima. Comedor y comido. Dos mundos paralelos, que difícilmente se iban a encontrar en la distancia del devenir. Aunque quién sabe, ambos serán pasto algún día. Ambos serán polvo de la misma tierra que ahora les sustenta.

Ambos seres de diferentes mundos, que moran en el mismo planeta. Ambos seres cuyo sol les calienta por igual y a quienes la lluvia les moja del mismo modo. Extraña comprensión. Rara realidad.

SÁMSARA

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