El Garito. SAMSARA

     El ambiente oscuro en el que se encontraba se iluminaba por momentos cuando un haz de luz rompía la negrura de la sala de baile, eran rayos de luz rojos, otras veces blancos y también azules. El baile de luces cruzaba el aire en direcciones opuestas unos instantes, o todas al unísono en otros momentos, como si barrieran el espacio en busca de las motas de polvo que flotaban en suspensión. El aire enrarecido, olía a una mezcla de ambientador con perfume a chicle de fresa y el sudor de los que allí se encontraban. La música sonaba ensordecedora, al ritmo de Rock Duro. Las gentes bailaban a su alrededor, contorneándose, moviendo la cabeza rítmicamente, y dibujando grotescos gestos en sus rostros. Eran caras blancas y lívidas, perladas de sudor. También se olía el dulzón hedor de las bebidas de alcohol. Parecían abstraídos en su danza de gestos tribales rudos y espasmódicos, como de trance en algunos casos.
     Ella observaba la escena agobiada por las sensaciones. Sentía la música latir profundamente en el fondo de su pecho. Sentía el calor de los cuerpos de las personas allí reunidas, a pesar del intento de mantener el local a una temperatura adecuada, por el frío generado por los equipos de refrigeración. Por la angosta sala de fiestas se esparcían mesas negras y taburetes de forma cúbica, forrados de terciopelo rojo, el cual se adivinaba raído y desgastado. Las copas medio llenas y los botellines de cerveza se apilaban en las repisas, mesas, y altavoces, marcando cercos húmedos y diseminadas sin aparente sentido, como si se trataran de las piezas de una loca partida de ajedrez.
     El ambiente era asfixiante, y ella estaba incómoda. Había venido con sus amigas, pues a ella le encantaba bailar y dejarse llevar por la música, pero aquello no era de su agrado, ahora mismo la voz del cantante, ronca y aguardentosa, sonaba en los altavoces, mientras la batería martilleaba y las guitarras extendían su serpenteante y eléctrica melodía infernal. No se podía hablar, aunque alzara la voz, no conseguía hacerse entender con sus amigas. Alguien se le acercó y le gritó al oído, sintió en su cuello el calor de su aliento, la humedad salpicada por los gritos y el olor a cerveza. El pelo lacio y mojado del personaje que le estaba diciendo algo se le enganchó en su mejilla. Ella instintivamente se apartó.
     Definitivamente, ese sitio no era de su agrado. Se separó de la columna sobre la que estaba apoyada tomando impulso con su delgado y bonito cuerpo. Su ropa de tonos claros, destacaba con las indumentarias de la mayoría, se dirigió a donde sus amigas y les gritó declarando sus intenciones de marcharse e irse a casa. Ellas intentaron decirle algo, pero no las oyó. Las besó con amor y cariño, las abrazó con gesto amable, deseándoles con su dulce mirada que lo pasaran bien.
     Con pasos firmes y decididos, atravesó la sala para dirigirse a la salida. Era como abrirse camino por un lodazal. No se sentía a gusto. Cuando por fin abrió la puerta que daba a la salida, una bocanada indescriptible de frescura vivificó sus sentidos, desde la coronilla hasta el vientre. El aire fresco de la noche, el aroma a lavanda y al césped de los jardines adyacentes la acogió, sosteniendo sus emociones con la claridad de la luz limpia. Tomó, sorbió, y se inundó de una bocanada de aire puro. De aire brillante. Del luminoso espacio de la noche clara. La luna resplandecía en el firmamento. -Deben quedar unos cuatro días para que sea llena-, pensó. 
     La energía que sintió en su cuerpo era vibrante, azul diamante. Sintió, con placer, la energía recorrer su cuerpo, mientras la fresca brisa de la noche, agitaba su blusa clara y la falda corta color tierra. Hinchó su pecho una vez más, y comenzó a caminar, alejándose de la desvencijada sala de fiestas. Había tomado la decisión correcta, había dejado a sus amigas, había abandonado aquel lugar y se sintió aliviada. 
     No miró atrás, caminó hacia la estrellada y luminosa noche, por las calles de la coqueta ciudad residencial, con la seguridad de que, al igual que había hecho esa noche, debería hacerlo en la vida. No iba a dejarse llevar nunca más por las modas, por lo que otros le dijeran, iba a dejarse guiar solo por ella misma, por lo que sentía y por lo que necesitara, aunque en un principio tuviera que caminar sola. Había sido una decisión difícil, más de lo que pudiera parecer, siempre había seguido a sus amigas para que no la rechazaran. Muchas veces había actuado para complacer a otros más que a sí misma. 
     Una sonrisa se dibujó en su rostro, que se iluminó con un resplandor interno, mientras seguía su caminar alegre y desenfadado, con los brazos abiertos, la mirada alta, y una sonrisa dibujada.

SAMSARA


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La danza. SAMSARA

Al recibir su peso, las tablas del parquet crujían lastimosamente, al tiempo que retumbaban los golpes sordos y rítmicos, marcando el contacto de sus almohadilladas zapatillas de ballet sobre la pulida madera. A cada salto, a cada brinco, o cada vez que caía o giraba sobre sí misma, el impacto de las duras puntas, marcaba una nueva vuelta, o el final de un paso. La música se unía melodiosamente a la cacofonía de sonidos sordos, de temblores y repiqueteos del encerado. Su respiración se hacía entrecortada y jadeante, expirando e inspirando de forma controlada, para tomar impulso ahora, para dejarse caer un instante después. 
El público en la grada observaba sus evoluciones admirando su graciosa figura y lo armonioso de sus movimientos. La finura de sus músculos, se admiraban bajo su húmeda piel, y por debajo del maillot se podía apreciar cada contracción y relajación. Cada fibra, cada tendón se expresaba también por la elasticidad y fuerza de sus movimientos. Entró en escena su compañero, al igual que ella, sus movimientos mostraban la fuerza de su cuerpo, la elasticidad y la belleza de sus vigorosos músculos. Llegó corriendo graciosamente según los pasos ensayados mientras ella se le unía en la danza, y se dejaba tomar por él. El sudor perlaba sus cuerpos, humedecía el ambiente, mientras al girar, infinidad de gotas salían expelidas en espiral hacia todas direcciones. Los que se sentaban en primera fila observando la preciosa danza, incluso recibían y sentían la humedad de sus piruetas y acrobacias.
Ella se sentía absolutamente enajenada, mentalmente ausente, solo su cuerpo estaba conectado a su alma, nada la hacía sentir que estuviera en la tierra. Nada le hacía recordar que eso solo ocurría en un instante, que tras el momento preciso que ahora estaba viviendo, lo cotidiano volvería en sucesión de hechos. Para ella solo existía el momento presente, ni hubo instantes antes ni los habrá después. La conexión con su pareja era total. Absoluta. Ambos respiraban al unísono, los dos transpiraban profusamente, jadeaban ahora, se pausaban al instante siguiente, para volver a unirse en una éxtasis sin igual. Un éxtasis de pasión, ritmo, arte, y amor sublime.
La música clásica marcaba el ritmo de su juego, de su danza y su baile, mientras el parquet volvía a recibir el impacto de sus musculosos cuerpos. La cadencia de los movimientos venían marcados por la melodía. Pero ellos ya no estaban allí presentes. Ellos habían transcendido ese instante y volaban a miles de millas de distancia de aquel lugar. Estaban unidos a aquello que los sostenía, unidos a la madera del piso que los sustentaba y acogía, y unidos a los más de mil almas que los observaban desde el gran anfiteatro. Ellos, el público, entregados al maravilloso instante que estaban viviendo, también habían dejado de estar sentados y se habían unido a la danza de las mil maneras que podían hacerlo. Cada uno según su percepción, según los conocimientos que la consciencia de cada alma de los allí presentes podía proporcionarles. Todos eran uno. Unidad vibrando en la diversidad de mil seres.
Aquello era sublime, poderoso, caliente y sensual. El ritmo, la danza, el espectáculo de sus preciosos cuerpos, los espectadores, todos unidos por aquella consciencia única, aquello que lo sostenía todo. Unidos en ese bello espectáculo. Ahora los movimientos eran como en cámara lenta, ella respiraba sin sufrimiento aparente, impelida por una fuerza superior a su voluntad, ahora saltando con su espigado cuerpo, y ahora cayendo en brazos de él, que la recogía con dulzura y gracia mientras amortiguaba su peso balanceando el suyo propio. Jugando con las luces tras el escenario, que solo eran unos puntos de luz difuminados, que daban un entorno perfecto, un ambiente incorpóreo y misterioso, mientras sus cabellos al aire hacían parpadear la claridad de las luces de ambiente. Era todo voluptuoso, seductor, y te sustraía de la realidad cotidiana. Era como un gran acto de amor, casi pornográfico por lo intenso, que hacía unir a todo el teatro en una única respiración al ritmo del va i ven infernal de la preciosa, pero implacable danza.
    El tablado seguía crujiendo, la madera seguía moviéndose trémula, sus cuerpos seguían sudando, danzando unidos, mientras los espectadores eran un solo respirar. Eran una sola consciencia. Eran un absoluto agujero mental sin fondo. Todos eran bailarines, y la danza era  todo. Lo único. Unidad en un instante.
Así es la vida, cuando la intensidad de la pasión transciende el momento. Así es el todo, cuando la mente presente, no separa el mundo en infinidad de cosas, objetos y percepciones. Así es el cosmos, cuando la mente no hace acto de presencia y empieza a seccionar los eventos en pasado y futuro. Así debe ser el universo, cuando no analizamos, diseccionamos y juzgamos. Así de libres se sienten los danzarines, cuando se entregan a su cuerpo, dejando atrás sus pensamientos.
     Y ellos seguían, seguían. Y seguían bailando.

SAMSARA
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El Encuentro. SAMSARA

       El crepitar de la hierba seca, que amarilleaba bajos sus pies desnudos, le hacia darse cuenta que estaba en contacto con la tierra. El aire fresco del atardecer le hacia sentir ligeros escalofríos de placer. Era uno de esos momentos sublimes, de máxima felicidad al disfrutar de esas ligeras sensaciones. Caminaba descalzo por el prado, con las manos en los bolsillos de sus tejanos. La camiseta blanca, húmeda por su propio sudor, la llevaba enrollada en el cuello, atrapada por las cinchas de su mochila. Sus zapatillas deportivas, de suela con tacos y ligeras, como las que usan los corredores habituales, las llevaba unidas por los cordones y colgadas de una mano.
  Sus pensamientos eran tan ligeros como su caminar. No estaba pensando en nada en particular, aunque su mente seguía activa, pero nada le hacia detenerse en un pensamiento u otro. 
Había decidido salir a dar un paseo por los campos de los alrededores de la pequeña población en la que vivía. Era una tarde preciosa, de esas que la temperatura es ideal, en la que no sientes frío ni calor. Ese camino lo había recorrido tantas y tantas veces, que generalmente lo hubiera vuelto a hacer prácticamente sin prestarle atención. Pero hoy era diferente. Hoy era un día sublime. Las sensaciones se acumulaban enriqueciendo cada instante, cada momento de su paseo. Solamente permanecía centrado en cada una de esas sensaciones, mientras seguía caminando, despacio, sin prisas. Una sensación de alegría irreprimible le recorría todo su cuerpo. Es como si estuviera unido a cada palmo de terreno que recorría. 
Algunos de los tallos que pisaba al caminar, se le clavaban en la planta de los pies, provocándole un pequeño dolor que se transformaba con el siguiente paso en una ligera corriente de placer. Respiraba hondo y profundamente, sintiendo la mezcla de olores de la tierra y la hierba calientes, de los pinos, los algarrobos y las encinas que lo rodeaban. Sentía el zumbido de un insecto o la ligera molestia de alguna mosca cuando persistía una y otra vez en posarse en su piel sudorosa, e incluso algún mosquito desagradable que insistía en llevarse su parte del líquido y rojo elixir, cual pequeño vampiro. Eran momentos mágicos. Seguía en su lento y agradable caminar, cuando de repente tuvo un inesperado encuentro. 
Frente a el estaba parado un pequeño bambi. Pensó en bambi, porque no tenía ni idea del tipo de ciervecillo que podría ser, puesto que él no era ningún entendido. Era de tamaño mediano, ligero con sus delgadas patas, el cuello largo y esbelto. Su pelo era corto, brillante y sedoso, de color ámbar oscuro. El animal lo miraba fijamente con sus grandes y oscuros ojos negros, pudo ver en su mirada la misma fascinación que él estaba sintiendo al permanecer ante tan delicado y grácil ser. El bambi, por así decirlo, ladeó su cabeza sin dejar de observarlo, le recordó a un perrito de esos tan inteligentes, por su gesto. En su testa se adivinaban dos pequeñas astas, ligeros cuernecillos graciosos. Su cuerpo era nervudo y musculoso, y bajo su piel resplandeciente se veía palpitar la vida, en forma de ligeros tics, y un rápido respirar en sus flancos. 
El animal lo seguía observando, quieto. Solo se diferenciaba de una estatua por los rápidos y nerviosos movimientos de sus orejas. Él también lo observó con una mezcla de curiosidad e interés. Era un momento de conexión entre dos especies desconocidas. Dos mundos absolutamente opuestos, el hombre civilizado parado frente a un animal que vivía salvaje su absoluta libertad. Sintió de repente un gran amor y afecto hacia ese animal, al mismo tiempo que veía en ése ser una mirada ausente de miedo pero llena de una inteligencia natural que lo sobrecogía. 
Sintió que el cervatillo, bambi, corzo, o lo que fuera, lo miraba con tierna inteligencia, como si fuera capaz de penetrar hasta el núcleo de su ser. Sintió la unión con lo mas profundo de la naturaleza, y se sintió que formaba parte del todo, de algo superior que lo sostenía y lo arropaba, que estaba allí envolviéndolo con sumo amor. Una consciencia superior, que estaba, había estado y estará siempre uniéndolo a él, a la naturaleza de su entorno y a ese pequeño e inteligente animal.
Después de un tiempo indefinido de intensas sensaciones, el animal picó con sus patas delanteras sobre el suelo, en nervioso gesto, al mismo tiempo que realizaba un juguetón salto hacia un lado con las patas traseras, flexionaba su ligero y fibrado cuerpo hacia delante, como si  lo estuviera invitando a jugar, y de un solo salto se desplazó un metro hacia atrás, para girarse en el aire un cuarto de vuelta y salir corriendo como una exhalación hacia el pequeño bosquecillo que había frente al perplejo caminante.
El animal desapareció con el mismo sigilo con el que había aparecido, y al irse, algo se llevó con él. Una sensación de vacío se apoderó del hombre, como si le hubieran arrancado algo de sus entrañas, como si desapareciera esa parte interior que nos une a la naturaleza. 
Se dio cuenta que tenía la boca abierta, colgando su mandíbula inferior en singular gesto de asombro. La cerró. Con una sonrisa. Aún conectado a la intensa sensación de unión con lo mas profundo de su naturaleza animal. Se sintió huérfano de su parte de ser vivo, y se hizo consciente, al echar de menos la intensa conexión que había sentido con el cervatillo, de que generalmente vivía desconectado de la naturaleza, de la tierra, de sus ancestros, y de los otros seres vivos de diferentes especies. 
Fue como una inspiración, por lo cual se dijo a si mismo, que a partir de ahora iba a tener un mayor contacto con el bosque, saldría a pasear más a menudo y no dejaría pasar tanto tiempo sin disfrutar de los maravillosos parques y caminos que existían cerca de su casa. Se comprometió a realizar más paseos por la montaña, por el campo, el mar y la naturaleza. El solo o con sus amigos, puesto que el intenso instante que había vivido, deseaba volver a sentirlo de nuevo.
       Inspiró profundamente el aire fresco sintiendo los profundos aromas del monte, tensó su cuerpo por unos instantes, y exhalo hasta vaciar sus pulmones mientras relajaba sus extremidades. Dio un paso hacia delante para seguir con su paseo, recordando con alegría y nostalgia, el intenso encuentro frente al precioso ser. 

SAMSARA
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El Mar. SAMSARA

Las olas implacables, al llegar a la rocosa costa, rompían incesantemente. Sentía el rugir del mar cuando estallaba contra la rugosa y laberíntica textura de las rocas. El sonido, si no prestabas atención, era grave y monótono, como el de una tormenta lejana. Pero si prestabas atención plena un solo momento, cerrabas los ojos, y escuchabas con total entrega, se abría paso una infinidad de tonos increíble.

Nunca se había fijado en eso. Escuchaba un crepitar, al mismo tiempo que un bufar, era una exhalación, al mismo tiempo que una inspiración profunda. En un segundo plano un sonido mas agudo daba paso a un rugido áspero, era mágico. Los sonidos se sucedían en un va y ven infinito, lleno de matices, que la mantenían atrapada. Había quedado absolutamente sustraída a ese baile que, si escuchabas en detalle, componía una armonía deliciosa, creando una perfecta y sutil sinfonía, pero que si no lo hacías, sonaba como un maremágnum casi ensordecedor.

                                                                                                            foto cedida por "Imágenes del Alma"
                                                                                                                                          
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  El mar fregaba la rugosa textura, explotaba frente a la pared pétrea y pasaba rápido por encima de las losas marinas, formando pequeñas bañeras naturales de agua salada en los recovecos rocosos. Más allá y alrededor del punto en el que se encontraba sentada sobre el duro y frío suelo de piedra, todo era mar y movimiento que creaba remolinos, ondas, y espuma.

Le salpicaban infinitas gotas, vapor que le acariciaba el rostro, y sus brazos. Destacaba lo agitado del entorno, con la paz interna que ella sentía. Eso le creó una sensación como de incoherencia. Se preguntó el porqué de esa sensación. Una pregunta colgada en el vacío de su mente. Y aunque la respuesta no apareció, ni la esperaba, fue precisamente la falta de contestación lo que destacó y subrayó la paradoja que estaba sintiendo en su corazón.

Pensó que siempre se había asociado el agua a las emociones. Al menos eso decían. ¿Serian así sus sentimientos? ¿Un constante llegar de olas que morían en las rocas de sus pensamientos? Creando un sinfín de explosiones, rugidos. Miríada de gotas en movimiento tal y como en su interior había sentido, tantas veces, esa lucha entre lo que sientes y lo que razonas. Quizás esa analogía, le sugería que era momento de interiorizar. Era el momento adecuado, estaba sola, permanecía ella y la naturaleza brava, como uno de esos cuadros románticos, en los que el hombre se enfrenta en frágil soledad, a la desatada naturaleza.


¿Son mis emociones como la naturaleza en su máxima expresión? Si mis emociones son esta vasta extensión en forma de mar inagotable, entonces es sobre mi, es decir mi consciencia, contra los que el mar (mis emociones) acaba desvaneciéndose? Estas ideas le asaltaron en su mente. Difícil fue abstraerse a esos pensamientos, y aislarlos. Pero se prometió a si misma profundizar sobre la cuestión más tarde.

Permanecía sentada mientras cavilaba, y paseó la mirada sobre sus pies mojados por el mar. Pudo ver a unos centímetros de su pie, un cangrejo de un precioso color rojo coral, caminar de lado por la piedra húmeda. Le causó especial simpatía, y con curiosidad lo siguió con la mirada. Movió sus dedos ligeramente y el pequeño animal se quedó quieto. En alerta, supuso ella. Era muy gracioso verlo, pequeño, insignificante frente la enormidad del paisaje. Pequeño en tamaño, pero con un enorme universo al alcance de sus frágiles patitas. ¿Así somos nosotros en comparación con el cosmos? Pequeños, ¿con frágiles patitas? Tan simple ocurrencia la hizo sonreír, mientras cerraba los ojos y meneaba la cabeza, como desechando esa idea.

Súbitamente sintió ganas de escribir. Se acomodó lo mejor que pudo. Inspiró el penetrante olor a mar, húmedo y pegajoso, tan marcado en la memoria de su infancia. Sacó su querida libreta de tapas de caucho negro, al estilo Hemingway, con su cinta elástica para cerrarla, y se puso a la tarea de reflejar esos pensamientos.

Y escribió en inspirada, aunque también mundana analogía: "los sentimientos y mis emociones están y permanecen ahí, y llegan a mi ser en incesante sucesión, pero es mi voluntad desde la consciencia de mi pensamiento el que dominará ese constante fluir de emociones. No sin generar ruido y reacciones, y sin sentir la acción de esas emociones en mi Ser. Pero si presto atención a mis pensamientos, quizás pueda ser como una playa remota, donde las olas bañen la caliente arena, y no ofrecer así resistencia para disfrutar de la paz y la armonía. Si presto atención, quizás encuentre la sinfonía del mar en mi corazón".

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La Cafetería. SAMSARA

María no se percató del ruido de fondo hasta que el zumbido cesó. El molinillo de café había estado en funcionamiento desde hacía un buen rato. No se había dado cuenta de cuando se había puesto en marcha, pues estaba absorta escribiendo en su portátil. Pero al cesar el persistente rugido del aparato al triturar y moler los granos de café, se creó un abrupto silencio. De repente, las palabras de los que estaban allí, se volvieron nítidas. 

-Es que todos son iguales, siempre me pasa lo mismo- decía una de las chicas que estaban sentadas frente a ella. María, no pudo evitar haber escuchado su conversación. Eran dos chicas de mediana edad, ni tan jóvenes como para expresarse de manera excesivamente vehemente, ni tan maduras como para haber perdido la frescura de la juventud. Una de ellas, la que acababa de hablar, parecía la más mayor, vestía con camiseta de tirantes de color morado, y falda larga con volantes de varios colores. Como lavada y pintada a mano. Calzaba sandalias planas con tiras de cuero. Un aspecto un poco “New Age”. Llevaba el cabello rizado color claro. La otra vestía más standard, con ropa ejecutiva, blusa blanca, pantalón  gris oscuro de talle alto, y zapatos de tacón. Se la veía elegante con su cabello castaño oscuro y lacio. La primera seguía argumentando su descontento: -siempre me pasa lo mismo, con todos me pasa lo mismo. Te prometen esto y lo otro, y luego no se comprometen-. Se la veía triste y desesperada, enrabiada y a punto de llorar. 

Era obvio que hablaban de algún novio. De algún desamor reciente. María sonrió hacia sus adentros, al recordar sus propias experiencias. En algo se parecía a su propia historia, y le era familiar la escena que veía frente a ella. Dos amigas despotricando de su ex novio. Una sonrisa de compasión se dibujó en su bonito rostro.

El aroma del café invadía la sala. Las magdalenas, cruasanes, y otra bollería, creaba un delicioso conglomerado de olores. Ya no se permitía fumar dentro de los lugares públicos, lo que se agradecía, pues así los aromas eran mas auténticos. No había humo en el ambiente y eso también influía en el bienestar del local. Todo ello, muy a pesar de los fumadores, que ahora salían a la puerta a dar rienda suelta a su hábito, cada vez más perseguido y proscrito. La gente entraba y salía de la pequeña cafetería haciendo bullicio, y cuando la puerta de la calle se abría o cerraba, sonaba una campanilla, que se sumaba al ecléctico y encantador ambiente de la cafetería. La música ambiental sonaba flojito, de fondo, y se unía a la sinfonía del ambiente. Era una música de aires orientales, como de flauta y alguna percusión con toques étnicos. Muy agradable.


-Y va, y me dice que no quiere nada serio. Después de todo lo que he hecho yo por él. La cantidad de cosas que me he perdido por estar en su casa, cuidando de él. Y ahora él me deja porque dice que necesita libertad. ¡No hay derecho!- exclamaba la chica del pelo rizado. Los ojos enrojecidos, la mirada triste, y el gesto implorante. No había tocado aun la tarta de queso. Apartó de un manotazo una mosca que la incordiaba en ese momento. Era el vivo reflejo de la impotencia y el fracaso. Al menos ese era su aspecto y lo que transmitía con su postura.

Su amiga, la de cabello lacio, la observaba en silencio. Mantenía una mano sobre la taza de café, mientras en la otra apoyaba su cabeza. La escuchaba con cara de circunstancias, mientras fruncía los labios, enarcaba las cejas y cerraba los ojos, al tiempo que asentía con la cabeza de vez en cuando, como si entendiera perfectamente la frustración de su amiga. La conocía hacia tiempo, y la verdad es que no le extrañaba nada todo lo que estaba contando. No era la primera vez que algún novio la dejaba, y ya le había contado algún que otro amorío antes. La llamaba solo para explicarle sus penas. Para quejarse de sus parejas, o del trabajo. Ella se daba cuenta de que estaba haciendo un papel con su amiga, le decía que lo sentía, y que la entendía, pero en realidad, en lo mas profundo, pensaba que se lo merecía. Puesto que siempre estaba quejándose, y dando la tabarra a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharla. Aunque por fuera pareciera que comprendía a su amiga, lo que realmente le gustaría decirle es que se dejara de tantas quejas, y fuera más positiva, y que no la llamara solo para lloriquearle. Mientras iba pensando estas cosas, para sus adentros, se dio cuenta que no prestaba atención a la quejica, que estaba ahí solo de cuerpo presente, y no estaba ya pendiente de lo que la otra iba vomitando. Se sentía una falsa.

Le hubiera gustado decirle: -por lo menos tu tienes tiempo para tener novio, yo no tengo tiempo ni de eso, porque me paso todo el día trabajando-. Se sintió harta de su amiga. Harta de sus quejas y su negatividad. Cansada de ser el pañuelo en el que su amiga vuelque sus lagrimas. Cansada de no tener vida propia, de trabajar demasiadas horas, y encima tener que aguantar el chaparrón de esa pesada, llorica y criticona. Pero no hizo nada. No dejó entrever sus pensamientos, siguió poniendo cara de circunstancias una vez más, mientras aquella "plasta" seguía vomitando resentimientos, tristeza, y culpa.

A todo esto, María las observaba discretamente, con serenidad, mirada franca y abierta, sin juicio. María saboreaba su taza de café. Podría decirse que ella sabia lo que estaba sucediendo entre las dos chicas. Notaba el enfado de una, y el aire ausente y con cierto fastidio de la otra. Le hubiera gustado dirigirse a ellas y a hablarles con calma, transmitirles la belleza y la alegría de la vida. Explicarles a una, que desde la queja difícilmente vivirá experiencias de dicha, y a la otra animarla a hablar desde el corazón, que esa es la mejor manera de ayudar a un amigo. Pero María prefirió ser discreta, lógicamente, no interrumpió la conversación de ambas amigas, no debía intervenir. Sencillamente cerró los ojos y puso la intención en enviarles mentalmente un fuerte deseo de amor y comprensión.

SAMSARA


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El escaparate. SAMSARA


  Al detenerse, vio su figura reflejada en el cristal. El contorno de su cabello, la forma del óvalo de su cara, la línea de su cuello, sus hombros. Una postura familiar se definía y adivinaba en el reflejo que devolvía el escaparate. Por detrás de él se reflejaba el trajín del ir y venir del tránsito y de las personas que caminaban por el boulevard. Se oían los golpes de tacón de las mujeres, en entretenida cháchara, mientras pasaban por detrás suyo, también las conversaciones en voz más grave de los hombres de negocios. Escuchó el rodar de un monopatín, deslizándose a sus espaldas, aunque no se giró.
      El reflejo del escaparate lo había cautivado. Se concentró de nuevo en su figura. Llevaba la ropa de siempre, la que tan a menudo, y por necesidad, se había puesto encima. Sus tejanos desgastados, su camisa blanca, y sus zapatillas urbanas, del mismo color, que le daban cierto aire sport. Siempre había vestido de forma elegante, y en su armario disponía de un fondo nutrido, aunque ya un poco pasado de moda. Tenía buena ropa, vestigio de una época más afortunada, de economía boyante. Aunque era ropa que ya había necesitado usar con más frecuencia de lo que habitualmente él estaba acostumbrado. Dilató sus pupilas de forma natural al superar con su mirada el primer plano de si mismo que le devolvía el cristal. Pudo observar lo que estaba ocurriendo más allá, en el interior de la tienda. Era una tienda de ropa pret a porter, de esas tiendas multimarca que tanto le gustaba frecuentar tan solo hace unos años. Si bien es cierto que últimamente ni se fijaba en ellas. Sabia que no servia de nada entrar en sus tiendas preferidas porque no disponía de suficiente efectivo para comprar buena ropa. Ni efectivo, ni crédito. En los últimos años sus finanzas estaban pasando por una etapa de verdadera austeridad, por llamarlo de alguna manera. Y aunque él afrontaba la situación con gallardía y sin queja, pero no podía evitar echar de menos otros tiempos mejores.
  En el interior de la tienda pudo ver como una chica de buen tipo y elegante atendía a una pareja de mediana edad. El hombre estaba probándose un cárdigan que le venia un poco ajustado en la zona de la tripa, mientras ella iba removiendo unos vestidos de aspecto primaveral. De vez en cuando parecía que la mujer le indicaba al hombre, con gestos o muecas, si la pieza que se estaba probando le sentaba mejor o peor. 
  Permaneció allí, ensimismado, observando la escena desde fuera de la tienda, hasta que el bullicio a sus espaldas lo sacó del trance en el momento en que alguien le dio un ligero golpe con un bolso o una cartera, al pasar rozándolo. Dejó de prestar atención al aparador y al reflejo de su figura, y se dispuso a seguir la corriente de los peatones que circulaban a su alrededor.
  Caminó tranquilamente, como tantas otras veces, con su mochila de tela y refuerzos en piel, colgada al hombro, una mano sobre las tiras de cuero y la otra en el bolsillo izquierdo de los tejanos. Ya no prestaba atención a nada en particular, solo se dejaba llevar por sus pasos. La mirada alta, media sonrisa. A él no le importaba ya la sencillez de su vida, se dijo. Podía echar de menos, a veces, su anterior poder adquisitivo, pero lo que no echaba de menos es la presión de su anterior vida laboral. De ninguna de las maneras. Quizás no disponía del último aparato electrónico de moda, pero disponía de las mañanas libres. Quizás no podía ir a comer a buenos restaurantes, pero podía sentir el calor del sol acariciando sus brazos.
  Él se sentía libre, sin nada que lo atara, sin deudas que lo acuciaran. Tenía poco, pero se sentía grande. Se sentía elevado y ligero. Si bien es cierto que él valoraba el bienestar material, el bienestar financiero, ya no sufría si no lo tenía. Sabia que eso le llegaría cuando aprendiera la lección. Cuando aprendiera que la verdadera abundancia no radica en poder adquirir cosas, si no en disfrutar de lo que la vida ya te ha dado. Abundancia de relaciones, abundancia de amigos, abundancia de salud, abundancia de vida, de experiencias, de sol, y de tiempo.
  Se sentía lleno de amor. Por él mismo, por su mujer, su familia, y las personas que lo rodeaban. Sentía que podía dar simpatía y regalar sonrisas, eso siempre abundaba en él y podía compartir las cosas que él era.
  Ahora iba andando por las callejuelas que cruzaban la amplia avenida por la que discurría minutos antes, mientras experimentaba la dicha que sentía ante la plenitud del momento, se sentía libre, y vital. 
De repente, el calor de la luz del sol inundó el callejón por el que circulaba al desembocar en una pequeña plazoleta de su ciudad natal. Allí se quedó parado, quieto, sintiendo plenamente cómo su rostro se caldeaba y ruborizaba mientras el astro rey calentaba su cuerpo. Que sencillo es sentirse pleno. Ahí se quedó parado, sintiendo, con su vieja camisa blanca, con sus gastados tejanos y sus playeras de tela y goma.

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El atasco. SAMSARA


Podía ver las luces rojas brillantes e intensas en hilera interminable extendiéndose por la carretera. El sonido de los cláxones de los vehículos atrapados en fila india era enervante, y eso aun la irritaba más. Ella tenía el firme propósito de no dejarse llevar por los nervios, aún cuando sabía que iba a llegar tarde a su cita. Podía ver las caras enfurecidas, enojadas, e impacientes de los conductores de los coches colindantes. La radio aún no avanzaba ninguna información de lo que estaba sucediendo. Era hora punta, el sol estaba bajo. Era el atardecer de un día que había sido precioso y soleado, que empezaba a dar paso a esas sombras alargadas tan típicas.

Comenzó a oír el ruido de las sirenas y vio por el espejo retrovisor como los automóviles de atrás iban haciéndose espacio para el paso de los vehículos de emergencias. La fila de coches empezó a desorganizarse y los conductores apremiaban a los otros de mas adelante a dejar paso a la policía y a lo que parecía una ambulancia. Ella se inquietó, también debía hacerles hueco para pasar, pero estaba absolutamente encajada entre dos vehículos. Se estaba poniendo muy nerviosa.

El vehículo policial y la ambulancia se plantaron detrás de ella haciendo sonar las sirenas con ensordecedora insistencia, ante la presión ella también tocó el claxon para pedir paso al coche delantero, que por fin se movió lo suficiente como para dejarle avanzar el medio metro que necesitaron los dos vehículos en urgencia, para adelantarla y seguir su penoso avance por el ardiente asfalto que la tarde de primavera había dejado. Vio como se alejaban y suspiró mientras enderezaba el rumbo y seguía en esa larga procesión de metal, neumáticos, y alquitrán.

Se encontraba debajo de un puente que también estaba colapsado, era uno de esos "scalextrics" que se encuentran en el acceso a la gran ciudad. Los tramos de autovía, las salidas y entradas a las diferentes carreteras que circundan la periferia. Algunos vehículos avanzaban por el arcén derecho, saltándose las normas de circulación. En el puente superior vio como el conductor de un vehículo hablaba airadamente con el chófer del camión precedente. No sabia que le estaría diciendo. Si seguía la mirada hacia la izquierda, veía la caravana de vehículos interminable. La incomodidad, el ruido, y el caos eran irremediables.

Aburrida por el escenario, agobiada por la situación, paseó la mirada sin aparente motivo por los autos vecinos, buscando algo que la sacara del momento y fue cuando, en el coche del carril contiguo, vio la carita de un niñito mirando hacia el cielo. Siguió con curiosidad la mirada del chiquillo. Ella forzó su postura, el cuello estirado, la mirada arriba, las cejas arqueadas y la boca semiabierta formando una "u" invertida. Se observó a si misma y reparó en lo grotesco de su propio aspecto al estar mirando embobada al cielo, justo en el momento en que, de reojo, percibió que el niño estaba sonriéndole. Una sonrisa también se dibujó en su rostro al advertirse pillada "in fraganti" con esa pinta. Ambos, el niño y la joven, se echaron a reír con complicidad.

Vete a saber que cambios ocurrieron en su sistema neurológico, que fuesen los que le hicieron reírse en una situación tan pesada como aquella. Estaba dando vueltas a su repentino cambio de humor, cuando se dio cuenta de repente que pitaba insistentemente el claxon del vehículo de detrás suyo. Se había abierto un hueco de 10 metros delante de ella. Tenía que avanzar. -Ya va, ya va!- exclamó aun sabiendo que nadie la oiría. Puso la primera marcha, e hizo girar sus ruedas con un chirrido dando un brusco salto hacia adelante, para pararse seguidamente en seco, pues otro coche había aprovechado su despiste para colarse.

Era un verdadero caos, nada tenía sentido. El trafico no parecía fluir, entrando en la ciudad, ni saliendo de ella. En el puente superior, los dos hombres seguían discutiendo, la caravana se intuía interminable. Los accesos al tramo viario, hasta donde ella podía ver, seguían colapsados. Por la radio sonaban las noticias ya conocidas, aburridas y repetitivas. Eso le indicaba que por lo menos ya llevaba más de una hora conduciendo, puesto que cada franja horaria repetían las noticias. Ahora volvía a sonar música, algún éxito del momento, que sonaba rítmico y alegre, con un dinamismo que no se correspondía con el avance lento y caótico que discurría por la vía que ella transitaba. Estaba agobiada, encerrada en su auto, y sin perspectivas de salir de allí hasta que se disolviera el atasco, momento que ocurriría como por arte de magia. Ya había experimentado eso muchas otras veces.

Resopló aburrida, mientras dejaba perdida la mente, ensimismada en su rutina de pensamientos, cuando vio posarse una mariposa sobre el perfil de su espejo retrovisor lateral. La observó en silencio, más desde la curiosa contemplación, que en actitud meditativa, mientras se perdía en el vacío del momento. No sabría decir si sus pensamientos se habían parado, o es que era el tiempo el que se había detenido. No sabia cuantos segundos pasaron, pero al mismo tiempo que ella pestañeó y salió de su extraño trance, la mariposa alzó el vuelo. La siguió con la mirada, sin moverse de su postura. Tras la mariposa reparó en un pájaro que sobrevolaba, allá en las alturas, toda la escena. -¿Sería eso lo que estaría mirando el chaval?-, se preguntó. 

Se fijó en su elegante y majestuoso porte, pensó -¿que ave debe ser esa?, ¿un halcón? ¿Un águila?-. De nuevo el pitido de un claxon insistente la sacó de sus conjeturas. Tuvo que avanzar penosamente unos metros más. Cuando se detuvo volvió a buscar a su pájaro, alzó de nuevo la mirada, estiró su cuello al tiempo que bajaba la ventanilla accionando el mando eléctrico, mientras sentía la bofetada del calor que subía desde el asfalto, y escuchaba el ruido sordo del refrigerador del motor de su coche.

Y...Si. Ahí estaba. -Un águila, seguro que era un águila- , se dijo. -Solo ellos vuelan con esa majestuosidad-. Y se dejó llevar por su imaginación, dejándose sentir como si ella fuera ese pájaro, se dejó mecer por las corrientes mientras volaba, y pudo observar el mundo desde allá arriba. Que silencio, que libertad.

Se imaginó que ella era el pájaro, y por unos instantes, que no supo si eran segundos o minutos, ella sintió que todo lo que estaba viviendo desde su perspectiva de águila, todo absolutamente lo que ocurría era perfecto. Desde la altura vio el concierto y la armonía, todo cobraba sentido, el río de automóviles avanzaba en perfecta sinfonía, los accesos a la vía principal eran como afluentes de un río, que avanzaban en compacto deslizar, todo fluía. Desde las alturas no existía la incomprensión, ni el ruido de los claxon, ni el rugir de los neumáticos por el asfalto, desde lo más alto todo sucedía en perfecta sincronía y las pequeñas particularidades, los desencuentros entre los conductores, la irritación que ella había sentido antes, todo los aparentes tropiezos, el caos, la visión truncada de los coches vecinos, todo, se desvanecía en una perfecta compresión. 

Cuando elevas la mirada, todo cobra un sentido, todo cumple un fin, todo es perfecto. De repente, unos golpes insistentes en la ventanilla, la sacaron de su ensueño. Un policía motorizado le hacia señas y la apremiaba, tenía la cara congestionada y mofletuda, enmarcada por un casco blanco y verde, que seguramente le venia pequeño. El hombre le apremiaba a que avanzara, ella tardó unos instantes en recuperar su pulso habitual e haciendo caso al agente, avanzó. Avanzó y se dio cuenta que el atasco estaba fluyendo y al seguir rodando pronto el caos ya había desaparecido.

Mientras circulaba con regularidad por la entrada a la ciudad, recordó su visión, recordó que como la vista de un pájaro, cuando miras el momento con una perspectiva alta, todo tiene un sentido. Todo se ofrece en comprensión. La vida es entonces: perfecta.

Samsara.


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El aguacero. SAMSARA



Llueve de forma torrencial. El agua le empapa la ropa dejando esa sensación fría, pegajosa y húmeda. El cuerpo lo siente pesado. Está empapado desde la cabeza hasta los pies. Al caminar sobre el suelo encharcado siente como el peso de su ropa entorpece sus movimientos. El frío del amanecer le cala profundamente. Es temprano cuando se dirige a su destino y por su mente pasa un fugaz recuerdo de lo bien que estaba entre el calor de las sabanas, minutos antes de levantarse.

La lluvia lo sorprendió sin previo aviso y el chaparrón quizás hubiera roto la voluntad de cualquier otra persona. Pero no la de él. Él tenía un lugar hacia el que dirigirse, tenía un motivo por el cual levantarse. Una razón superior que lo empujaba hacia adelante, y ese chaparrón no iba a frenarlo, al contrario, le daba más fuerza para continuar hacia adelante y lo acercaba, sin dudar, a su propósito: Vivir.

El frío le decía que estaba vivo, podía sentirlo en su piel, podía experimentar como recorría por toda su espalda esa corriente, esa sensación como de hormigueo que le subía desde el cuello hasta la base del cráneo. Podía sentir. Podía notar el olor de la tierra caliente mojada, podía observar la quietud de la mañana en el momento que dejó de llover, observó el precioso azul plomizo del cielo mientras elevaba la mirada y vio pasar una bandada de gorriones que volaban desde sus nidos en busca de alimento para sus crías.
 
Pudo oler el profundo aroma del mar, del salitre mientras la luz del nuevo día iba ganando terreno a la oscuridad. El sol pronto empezó a asomar sobre el frío gris, y empezó a levar con su calor, jirones de vaho sobre el tejado de las casas, sobre el frío asfalto, mientas sentía sobre su ropa empapada el calor del nuevo día.

Las personas comenzaban a salir de sus casas para llevar a cabo sus quehaceres cotidianos, y una sonrisa se dibujó en sus labios. Se sorprendió a si mismo observándolos con afecto, sabiendo que él mismo podía ser uno de ellos, en un día cualquiera. Suspiró embriagado por el cóctel de sensaciones, y se dijo a sí mismo: -estoy vivo, y la vida se expresa de infinitas maneras para que yo las experimente, para que yo tenga la oportunidad de sentir en mi piel el frío y el calor, el amor y la desesperanza, el ruido y el silencio, el dulzor y la amargura. Para que pueda contrastar la amistad y la rabia, en un caleidoscopio de colores, y figuras irrepetible-.

Vivo para sentir, vivo para experimentar. Vivo para elevar la mirada y darme cuenta de que cualquier situación es una experiencia que no volveré a sentir.

Mientras se dirige cuesta abajo, hacia el final de la gran avenida, ya solo siente el calor del sol en sus mojadas y pesadas ropas, y entonces se da cuenta de la ligereza de ese instante, y se hace consciente de las muchas veces que se ha sentido frugal y ligero, y no había prestado atención.

En su piel siente el calor en contraposición del frío de hace unos minutos y también piensa en la cantidad de veces en que no ha reparado en los días calurosos de verano, y de nuevo le recorre un escalofrío desde la espalda hasta la nuca, siente un calor renovado latir en su corazón. Como si de un hombre nuevo se tratara, se siente renacer, pleno y seguro de que ocurra lo que ocurra, él está ahí para vivir, para sentir, para emocionarse con la más pequeñas expresiones de la vida.

En esos momentos siente la agradable sensación del palpitar por la vida, siente sus pulsaciones, e incluso imagina el torrente vital que circulaba por sus venas. No existe ningún otro propósito de vida que no sea ése en si mismo. Vivir, sentir, y experimentar. Apasionarse con el proceso mismo de la vida.

Samsara

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SAMSARA

SAMSARA, un nuevo círculo de Agartam. Nace con el equinoccio de primavera de 2015,  y tiene el propósito de transmitir el amor entre los hermanos que bellamente habitamos en este planeta. SAMSARA es la red que une millones de almas en un objetivo común, llevar a nuestro precioso planeta un paso más hacia nuestro destino. Hacia el punto de origen del que formamos parte.

SAMSARA es un compendio de imágenes, sonidos, sabores y experiencias que a través de la lectura llegará a quien con este color, a quien con estos sabores, sea capaz de conectar.

SAMSARA es el camino que los seres de esta tierra han de recorrer, camino que a veces esta escrito, camino que a veces puedes escribir, tanto si deseas como si no. Es la senda de la vida que se expone ante nosotros para que sin miedo, aprendamos a recorrerla.

SAMSARA nos guía en un viaje por etapas, un viaje ya trazado por nuestra alma pero que lo ha de recorrer nuestro cuerpo. Un viaje por los sentidos, que parte de nuestra misma esencia.

Desde SAMSARA invitamos a todos los amigos, personas, individuos, y colectivos a que caminen por la vida, desprendiéndose de aquello que no aman, pero también de aquello que desean. Es un viaje transformador que hará de nosotros eso que ya somos, más allá de lo que a simple vista vemos.

SAMSARA es una invitación, un pase hacia una nueva realidad, una realidad soñada a veces, y vivida otra tantas veces. Es un ofrecimiento a ver la vida desde el prisma de lo infinito, a ver la vida como una trama de acontecimientos que me llevan, como cinta transportadora, como canoa en la marea, hacia lo mejor de nosotros mismos, hacia el origen del que proviene la experiencia en la tierra.


"El 21 de cada mes, de forma periódica, en SAMSARA, y con Agartam, haremos un pequeño escrito, una pequeña información que te evocará a soñar con una realidad mas alta, con una realidad mas armónica.En definitiva, SAMSARA es una explosión de luz, un camino de color, un sendero de sensaciones"

SAMSARA no es mas ni menos que la ofrenda que la realidad del Ser, la realidad Crística nos propone, para que no olvidemos que aquello que esta sucediendo no es otra cosa que una expresión de lo que a otros planos ya ha ocurrido. 

SAMSARA es una red para el amor, es una red para la unidad. Es una red para todas aquellas personas, que deseen meditar de otra manera, abrirse a la vida desde el convencimiento de que aquello que es permanece para que nosotros lo experimentemos, para que nosotros lo vivamos.

El 21 de cada mes, de forma periódica, en SAMSARA, y con Agartam, haremos un pequeño escrito, una pequeña información que te evocará a soñar con una realidad mas alta, con una realidad mas armónica. En definitiva, SAMSARA es una explosión de luz, un camino de color, un sendero de sensaciones. 

Con Amor, para todos vosotros.

para contactar: samsara@agartam.com
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