El ángel. SÁMSARA

Dieciocho mil quinientas toneladas de metal, plásticos y neumáticos descendían por la alargada curva a más de 80 km por hora. La velocidad del gran camión iba reduciéndose a medida que se adentraba en el carril de salida del vial. 

Dentro de la cabina la música sonaba estridente y a buen ritmo, mientras el conductor tarareaba despreocupado. Había sido un viaje "corto", de unos 600 kilómetros aproximadamente y pronto llegaría a casa.


Pero antes tenía que dejar una pequeña carga en una industria maderera de la zona. Hacía un poco de bochorno aunque al chófer no le gustaba el aire acondicionado. Por eso bajó la ventanilla del vehículo mientras iba realizando la alargada curva que lo sacaba de la autovía hacía la comarcal.

Los aromas frescos del valle penetraron por la ventana y los inspiró deleitándose con el momento. 

Disminuyó la velocidad para dejar el carril de desaceleración mientras entraba en la carretera comarcal que lo llevaría a la pequeña serrería donde debía entregar la ligera carga. Después se iría a casa a descansar un par de días antes de empezar otro nuevo viaje.

Enfiló la carretera tranquilamente, era una vía estrecha de dos carriles sencillos y el gran vehículo ocupaba casi toda la anchura de la calzada. El envío que debía entregar era demasiado pequeño para una camión de tanto tonelaje pero el viaje le venía de paso y siempre iba bien ganarse un extra.

La carretera discurría por un valle verde y precioso, con curvas suaves y bosques alpinos de altos abetos y robles enormes. Salpicado aquí y allá por prados verdes donde algunos animales pastaban tranquilos. El cielo era de un azul intenso moteado por nubes blancas que parecían de algodón, como esos de azúcar de las ferias.

Los insectos zumbaban a la altura de la ventana que el conductor ya tenía bajada por completo. En su rostro podía verse una sonrisa de satisfacción, mientras por la radio daban, ahora, las noticias. Pensó que eran aburridas y más en ese contexto tan idílico, pero las dejó sonar en la radio esperando a que acabaran y volviera a sonar nuevamente la música de los éxitos del momento.

Tomó una curva a velocidad media, la inercia del enorme camión era alta, quizás un poco por encima de lo recomendable, pero él tenía amplia experiencia y conducía tranquilo aunque atento a la serpenteante calzada. El entorno era maravilloso mientras se adentraba hacía su destino. 

Ahora se disponía a tomar otra curva similar a la anterior, mientras descendía despreocupado por el verde valle, sin siquiera imaginarse lo que estaba a punto de ocurrir. Inspiró profundamente el aroma del inicio del verano, fresco, floral y limpio, mientras empezó a girar el gran volante.

En ese preciso momento, no muy lejos de allí, algo estaba sucediendo. 

Ella sintió necesidad de beber agua fresca. La lengua la notaba pastosa y sentía sequedad en la boca y la garganta. Llevaba más de una hora caminando por el arcén de esa carretera comarcal. 

Había salido de la fonda en la que había pasado la noche y se dirigía a explorar nuevos lugares, sin destino concreto. 

Su vida era un pequeño caos, las cosas no le estaban saliendo como ella había soñado y decidió tomarse libres unos días cualquiera, en una semana cualquiera. 

Eligió esa zona porque, hacía cierto tiempo y casualmente, pasando por una autovía cercana desde el coche vio el paisaje y pensó que sería maravilloso adentrarse algún día en ese bello lugar, en vez de ir a más de 120 kilómetros por hora perdiéndose rincones tan bellos y una excursión preciosa.

Bajó por una pista forestal de tierra, surcada por los regueros de las aguas torrenciales que dejaban su marca tras las lluvias de la primavera. Era un descenso precioso y la naturaleza en ese lugar era voluptuosa. Cargaba a sus espaldas la mochila donde llevaba una muda, algo de comida y poco más

La pista descendía entre barrancos y riachuelos, bosques de abetos y robles, por el lado norte del valle. La sombra de la propia montaña y el frescor del clima hacían que el musgo y los helechos proliferaran a cada lado. No tardó mucho en desembocar la pista en una carretera comarcal muy poco transitada.

Esa carretera, arbolada y en ese entorno verde y fresco la sedujo al instante y le encantó la experiencia de recorrerla por el desdibujado arcén. En todo el recorrido de más de una hora que llevaba solo había pasado un destartalado vehículo, de alguna de las pequeñas granjas que salpicaban aquí y allá el fresco valle.

Apretaba ligeramente el calor y se paró a beber agua. Dejó la mochila en el arcén mientras buscaba su termo de aluminio de 2 litros con agua. Desenrocó el tapón y se dispuso a beber, pero el tapón le cayo de entre los dedos involuntariamente. 


La pieza rodó por la carretera a pocos metros de ella y mientras bebía lo vio de reojo y pensó que ahora mismo lo recogería. Por lo visto, la carretera estaba vacía, no pasaba nada dejarlo en el suelo unos instantes. Bebió tranquila y aliviada, expirando una bocanada de aire mientras secaba su boca con el dorso de la mano.

Dió dos pasos despreocupados para recoger el tapón y en ese preciso instante un enorme camión que no había visto ni oído salió de la cercana curva. Vio paralizada cómo el enorme vehículo se le echaba encima. La pilló a contrapié y con el cuerpo inclinado hacia adelante, mientras recogía la rosca de su termo.

Vio brillar el metal bruñido de la parrilla delantera del camión, sintió el rugido del motor, el ímpetu del aire pasando cerca de su cabeza, el chirriar de los enormes y calientes neumáticos y la mirada de él. 

Una fuerza desconocida la hizo retirarse unos centimetros, los suficientes. No pensó, solo sintió. Sintió como algo o alguien ajeno a ella la empujaba hacia atrás. Algo la salvó, una fuerza blanca. O azul. Quizás una fuerza diamantina. Sintió, aunque no vio, una luz inmensa.

Algo impidió el gran golpe que iba a recibir en su cabeza. Golpe mortal. El tiempo se congeló durante unos instantes y se supo a salvo eternamente. No podía explicarlo, solo sentirlo. Gracias. Lo sintió profundamente, una gratitud profunda, elevada y viva.

Captó su mirada como nada en ese instante. Un hombre joven la miraba con cara determinada desde lo alto de la cabina. Lo miró a los ojos intensamente. Captó su bondad, su fuerza y su voluntad.

Era bello, una belleza sobrenatural. Fuerte, aunque delgado, precioso allá arriba dominando sin fuerza el volante, sin susto, sin miedo, solo haciendo lo que debía hacer y nada más.

Unos instantes antes de ese momento, en la cabina sonaba la música de los cuarenta principales y él cantaba a todo pulmón, conduciendo plácidamente, cuando de repente saliendo de la curva la vió. 

Era un ángel. Era bella, preciosa —Pero, ¿que hacía allí encogida en medio de la calzada?— No pensó, maniobró. Maniobró con serenidad, diligencia. Era como si una fuerza más allá de él lo ayudara con precisión a manejar el volante. Una fuerza superior le hizo presionar los pedales, el cambio de marchas y el volante y por pocos centímetros no la atropeyó.

La miró a los ojos y captó su bondad, su amor y agradecimiento. Era como mirar a un ser de otro lugar que no era de este mundo. Sintió un agradecimiento profundo, elevado y vivo. 

Era como si la rodeara una luz blanca. O quizás azul. Como diamantina. Sintió una unión con ella para siempre. El camión mágicamente no se salió de su trazada y continuó su camino. Pero sus miradas quedaron unidas para siempre.

Ella recogió finalmente el tapón, pero sabía que jamás se olvidaría de la mirada de él. Sabía que lo conocía, sabía que siempre estarían unidos.

SAMSARA 
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La vaca. SÁMSARA

Los orificios de su hocico se contraían y dilataban al ritmo de su respiración. Sus ojos, redondos, inocentes, lo miraban en una constante interrogación. Era como si una pregunta sin respuesta se elevara al aire sin la intención expresa de caer en ningún lugar concreto.

Su postura aparentemente impasible, denotaba un miedo profundo a los acontecimientos. Más allá de su imponente tamaño se percibía una inquietud eterna. Su cola oscilaba mansamente y algún músculo vibraba nervioso bajo la capa de su piel.

Por lo demás, nada hubiera hecho notar la inquietud que le transmitía el observarla con detenimiento. El lugar en el que se hallaban era maravilloso. Un prado se extendía frente a su vista, las flores silvestres bordaban el paisaje verde intenso.

El terreno ascendía ligeramente en una cuesta de extensión interminable. Al fondo las montañas nevadas, que conformaban el valle, delimitaban el horizonte. El cielo azul, ribeteado de jirones blancos, dejaba sentir el calor del sol que se mezclaba con el fresco aire puro. 

Los insectos zumbaban a su alrededor como en una sinfonía minimalista. Los aromas de la primavera penetraban en su nariz llenando sus pulmones y vivificando su interior. Sonaban espaciadamente los cencerros aquí y allá en la explanada donde el rebaño pastaba.

Unas eran marrones, otras blancas y bicolores. Los terneros seguían a sus madres haciéndose notar con sus saltos y quiebros. Todas las vacas pastaban por la ladera como si fueran una postal de un paisaje alpino.

La que te tenía frente a él, de color caramelo, enorme, movía la cabeza como asintiendo y le seguía, curiosa, oliéndole la palma de su mano. Él se sentía abrumado por su tamaño, sobrecogido e impresionado con la familiaridad con la que el animal le trataba, a pesar del temor profundo que percibía de la res.

Se sabía depredador, se sabía animal superior en la escala alimenticia, sin embargo se sentía expuesto ante la enorme bestia que lo miraba intrigada buscando respuestas que de algún modo no iban a llegarle. 

Y ahí estaba frente a él, observándole. La vaca dio un paso para acercarse. La hierba crujió bajo sus enormes pezuñas y un ligero y cercano temblor en el suelo le indicaba su peso. Esos ojos inocentes, lo escudriñaban, parecían querer comprender. De nuevo, esos enormes orificios nasales ventearon su mano, mientras una lengua rosada y larga, puntiaguda y caliente le lamió la mano y el brazo.

Él dio un respingo, pero se mantuvo. Expectante. No podía demostrarle el temor que sentía, se dijo a sí mismo. Al instante el animal retrocedió meneando la cabezota, como si quisiera sacudirse una idea inapropiada. Parecía tan humana…

El animal siguió retrocediendo mirándole de soslayo. Como si hubiera comprendido que sus mundos eran muy diferentes. Como si hubiera entendido que ella era la presa y ese otro ser flacucho fuera el depredador. Algún instinto, alguna alarma interna, ancestral, la hizo retirarse unos metros. 

Para él, el gesto del animal, también fue definitivo. Había sentido el calor del lametazo tibio de la vaca y algo en su interior se despertó. No era algo normal o convencional. El orden de las cosas en la vida se había alterado. Las vacas no pueden confiar en sus explotadores. Sabía que los mundos que habitaban eran tan dispares… tan eternamente opuestos.

Pero por un instante él había sentido una conexión impensable. No podía dejar de sentir el peso de la mirada del animal, ni la tibieza de su lengua rosada, ni la inteligencia de otro universo. Qué extraña y rara sensación ¿Cómo podían vivir en el mismo mundo dos seres tan opuestos? Él había comido tantas veces carne de ése animal y es como si la vaca lo comprendiera y aún así lo aceptara.

Pero no por ello pertenecían al mismo universo. Seres de planos opuestos: depredador y presa, verdugo y víctima. Comedor y comido. Dos mundos paralelos, que difícilmente se iban a encontrar en la distancia del devenir. Aunque quién sabe, ambos serán pasto algún día. Ambos serán polvo de la misma tierra que ahora les sustenta.

Ambos seres de diferentes mundos, que moran en el mismo planeta. Ambos seres cuyo sol les calienta por igual y a quienes la lluvia les moja del mismo modo. Extraña comprensión. Rara realidad.

SÁMSARA

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