El atasco. SAMSARA


Podía ver las luces rojas brillantes e intensas en hilera interminable extendiéndose por la carretera. El sonido de los cláxones de los vehículos atrapados en fila india era enervante, y eso aun la irritaba más. Ella tenía el firme propósito de no dejarse llevar por los nervios, aún cuando sabía que iba a llegar tarde a su cita. Podía ver las caras enfurecidas, enojadas, e impacientes de los conductores de los coches colindantes. La radio aún no avanzaba ninguna información de lo que estaba sucediendo. Era hora punta, el sol estaba bajo. Era el atardecer de un día que había sido precioso y soleado, que empezaba a dar paso a esas sombras alargadas tan típicas.

Comenzó a oír el ruido de las sirenas y vio por el espejo retrovisor como los automóviles de atrás iban haciéndose espacio para el paso de los vehículos de emergencias. La fila de coches empezó a desorganizarse y los conductores apremiaban a los otros de mas adelante a dejar paso a la policía y a lo que parecía una ambulancia. Ella se inquietó, también debía hacerles hueco para pasar, pero estaba absolutamente encajada entre dos vehículos. Se estaba poniendo muy nerviosa.

El vehículo policial y la ambulancia se plantaron detrás de ella haciendo sonar las sirenas con ensordecedora insistencia, ante la presión ella también tocó el claxon para pedir paso al coche delantero, que por fin se movió lo suficiente como para dejarle avanzar el medio metro que necesitaron los dos vehículos en urgencia, para adelantarla y seguir su penoso avance por el ardiente asfalto que la tarde de primavera había dejado. Vio como se alejaban y suspiró mientras enderezaba el rumbo y seguía en esa larga procesión de metal, neumáticos, y alquitrán.

Se encontraba debajo de un puente que también estaba colapsado, era uno de esos "scalextrics" que se encuentran en el acceso a la gran ciudad. Los tramos de autovía, las salidas y entradas a las diferentes carreteras que circundan la periferia. Algunos vehículos avanzaban por el arcén derecho, saltándose las normas de circulación. En el puente superior vio como el conductor de un vehículo hablaba airadamente con el chófer del camión precedente. No sabia que le estaría diciendo. Si seguía la mirada hacia la izquierda, veía la caravana de vehículos interminable. La incomodidad, el ruido, y el caos eran irremediables.

Aburrida por el escenario, agobiada por la situación, paseó la mirada sin aparente motivo por los autos vecinos, buscando algo que la sacara del momento y fue cuando, en el coche del carril contiguo, vio la carita de un niñito mirando hacia el cielo. Siguió con curiosidad la mirada del chiquillo. Ella forzó su postura, el cuello estirado, la mirada arriba, las cejas arqueadas y la boca semiabierta formando una "u" invertida. Se observó a si misma y reparó en lo grotesco de su propio aspecto al estar mirando embobada al cielo, justo en el momento en que, de reojo, percibió que el niño estaba sonriéndole. Una sonrisa también se dibujó en su rostro al advertirse pillada "in fraganti" con esa pinta. Ambos, el niño y la joven, se echaron a reír con complicidad.

Vete a saber que cambios ocurrieron en su sistema neurológico, que fuesen los que le hicieron reírse en una situación tan pesada como aquella. Estaba dando vueltas a su repentino cambio de humor, cuando se dio cuenta de repente que pitaba insistentemente el claxon del vehículo de detrás suyo. Se había abierto un hueco de 10 metros delante de ella. Tenía que avanzar. -Ya va, ya va!- exclamó aun sabiendo que nadie la oiría. Puso la primera marcha, e hizo girar sus ruedas con un chirrido dando un brusco salto hacia adelante, para pararse seguidamente en seco, pues otro coche había aprovechado su despiste para colarse.

Era un verdadero caos, nada tenía sentido. El trafico no parecía fluir, entrando en la ciudad, ni saliendo de ella. En el puente superior, los dos hombres seguían discutiendo, la caravana se intuía interminable. Los accesos al tramo viario, hasta donde ella podía ver, seguían colapsados. Por la radio sonaban las noticias ya conocidas, aburridas y repetitivas. Eso le indicaba que por lo menos ya llevaba más de una hora conduciendo, puesto que cada franja horaria repetían las noticias. Ahora volvía a sonar música, algún éxito del momento, que sonaba rítmico y alegre, con un dinamismo que no se correspondía con el avance lento y caótico que discurría por la vía que ella transitaba. Estaba agobiada, encerrada en su auto, y sin perspectivas de salir de allí hasta que se disolviera el atasco, momento que ocurriría como por arte de magia. Ya había experimentado eso muchas otras veces.

Resopló aburrida, mientras dejaba perdida la mente, ensimismada en su rutina de pensamientos, cuando vio posarse una mariposa sobre el perfil de su espejo retrovisor lateral. La observó en silencio, más desde la curiosa contemplación, que en actitud meditativa, mientras se perdía en el vacío del momento. No sabría decir si sus pensamientos se habían parado, o es que era el tiempo el que se había detenido. No sabia cuantos segundos pasaron, pero al mismo tiempo que ella pestañeó y salió de su extraño trance, la mariposa alzó el vuelo. La siguió con la mirada, sin moverse de su postura. Tras la mariposa reparó en un pájaro que sobrevolaba, allá en las alturas, toda la escena. -¿Sería eso lo que estaría mirando el chaval?-, se preguntó. 

Se fijó en su elegante y majestuoso porte, pensó -¿que ave debe ser esa?, ¿un halcón? ¿Un águila?-. De nuevo el pitido de un claxon insistente la sacó de sus conjeturas. Tuvo que avanzar penosamente unos metros más. Cuando se detuvo volvió a buscar a su pájaro, alzó de nuevo la mirada, estiró su cuello al tiempo que bajaba la ventanilla accionando el mando eléctrico, mientras sentía la bofetada del calor que subía desde el asfalto, y escuchaba el ruido sordo del refrigerador del motor de su coche.

Y...Si. Ahí estaba. -Un águila, seguro que era un águila- , se dijo. -Solo ellos vuelan con esa majestuosidad-. Y se dejó llevar por su imaginación, dejándose sentir como si ella fuera ese pájaro, se dejó mecer por las corrientes mientras volaba, y pudo observar el mundo desde allá arriba. Que silencio, que libertad.

Se imaginó que ella era el pájaro, y por unos instantes, que no supo si eran segundos o minutos, ella sintió que todo lo que estaba viviendo desde su perspectiva de águila, todo absolutamente lo que ocurría era perfecto. Desde la altura vio el concierto y la armonía, todo cobraba sentido, el río de automóviles avanzaba en perfecta sinfonía, los accesos a la vía principal eran como afluentes de un río, que avanzaban en compacto deslizar, todo fluía. Desde las alturas no existía la incomprensión, ni el ruido de los claxon, ni el rugir de los neumáticos por el asfalto, desde lo más alto todo sucedía en perfecta sincronía y las pequeñas particularidades, los desencuentros entre los conductores, la irritación que ella había sentido antes, todo los aparentes tropiezos, el caos, la visión truncada de los coches vecinos, todo, se desvanecía en una perfecta compresión. 

Cuando elevas la mirada, todo cobra un sentido, todo cumple un fin, todo es perfecto. De repente, unos golpes insistentes en la ventanilla, la sacaron de su ensueño. Un policía motorizado le hacia señas y la apremiaba, tenía la cara congestionada y mofletuda, enmarcada por un casco blanco y verde, que seguramente le venia pequeño. El hombre le apremiaba a que avanzara, ella tardó unos instantes en recuperar su pulso habitual e haciendo caso al agente, avanzó. Avanzó y se dio cuenta que el atasco estaba fluyendo y al seguir rodando pronto el caos ya había desaparecido.

Mientras circulaba con regularidad por la entrada a la ciudad, recordó su visión, recordó que como la vista de un pájaro, cuando miras el momento con una perspectiva alta, todo tiene un sentido. Todo se ofrece en comprensión. La vida es entonces: perfecta.

Samsara.


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