El ambiente oscuro en el que se encontraba se iluminaba por momentos cuando un haz de luz rompía la negrura de la sala de baile, eran rayos de luz rojos, otras veces blancos y también azules. El baile de luces cruzaba el aire en direcciones opuestas unos instantes, o todas al unísono en otros momentos, como si barrieran el espacio en busca de las motas de polvo que flotaban en suspensión. El aire enrarecido, olía a una mezcla de ambientador con perfume a chicle de fresa y el sudor de los que allí se encontraban. La música sonaba ensordecedora, al ritmo de Rock Duro. Las gentes bailaban a su alrededor, contorneándose, moviendo la cabeza rítmicamente, y dibujando grotescos gestos en sus rostros. Eran caras blancas y lívidas, perladas de sudor. También se olía el dulzón hedor de las bebidas de alcohol. Parecían abstraídos en su danza de gestos tribales rudos y espasmódicos, como de trance en algunos casos.
Ella observaba la escena agobiada por las sensaciones. Sentía la música latir profundamente en el fondo de su pecho. Sentía el calor de los cuerpos de las personas allí reunidas, a pesar del intento de mantener el local a una temperatura adecuada, por el frío generado por los equipos de refrigeración. Por la angosta sala de fiestas se esparcían mesas negras y taburetes de forma cúbica, forrados de terciopelo rojo, el cual se adivinaba raído y desgastado. Las copas medio llenas y los botellines de cerveza se apilaban en las repisas, mesas, y altavoces, marcando cercos húmedos y diseminadas sin aparente sentido, como si se trataran de las piezas de una loca partida de ajedrez.
El ambiente era asfixiante, y ella estaba incómoda. Había venido con sus amigas, pues a ella le encantaba bailar y dejarse llevar por la música, pero aquello no era de su agrado, ahora mismo la voz del cantante, ronca y aguardentosa, sonaba en los altavoces, mientras la batería martilleaba y las guitarras extendían su serpenteante y eléctrica melodía infernal. No se podía hablar, aunque alzara la voz, no conseguía hacerse entender con sus amigas. Alguien se le acercó y le gritó al oído, sintió en su cuello el calor de su aliento, la humedad salpicada por los gritos y el olor a cerveza. El pelo lacio y mojado del personaje que le estaba diciendo algo se le enganchó en su mejilla. Ella instintivamente se apartó.
Definitivamente, ese sitio no era de su agrado. Se separó de la columna sobre la que estaba apoyada tomando impulso con su delgado y bonito cuerpo. Su ropa de tonos claros, destacaba con las indumentarias de la mayoría, se dirigió a donde sus amigas y les gritó declarando sus intenciones de marcharse e irse a casa. Ellas intentaron decirle algo, pero no las oyó. Las besó con amor y cariño, las abrazó con gesto amable, deseándoles con su dulce mirada que lo pasaran bien.
Con pasos firmes y decididos, atravesó la sala para dirigirse a la salida. Era como abrirse camino por un lodazal. No se sentía a gusto. Cuando por fin abrió la puerta que daba a la salida, una bocanada indescriptible de frescura vivificó sus sentidos, desde la coronilla hasta el vientre. El aire fresco de la noche, el aroma a lavanda y al césped de los jardines adyacentes la acogió, sosteniendo sus emociones con la claridad de la luz limpia. Tomó, sorbió, y se inundó de una bocanada de aire puro. De aire brillante. Del luminoso espacio de la noche clara. La luna resplandecía en el firmamento. -Deben quedar unos cuatro días para que sea llena-, pensó.
La energía que sintió en su cuerpo era vibrante, azul diamante. Sintió, con placer, la energía recorrer su cuerpo, mientras la fresca brisa de la noche, agitaba su blusa clara y la falda corta color tierra. Hinchó su pecho una vez más, y comenzó a caminar, alejándose de la desvencijada sala de fiestas. Había tomado la decisión correcta, había dejado a sus amigas, había abandonado aquel lugar y se sintió aliviada.
No miró atrás, caminó hacia la estrellada y luminosa noche, por las calles de la coqueta ciudad residencial, con la seguridad de que, al igual que había hecho esa noche, debería hacerlo en la vida. No iba a dejarse llevar nunca más por las modas, por lo que otros le dijeran, iba a dejarse guiar solo por ella misma, por lo que sentía y por lo que necesitara, aunque en un principio tuviera que caminar sola. Había sido una decisión difícil, más de lo que pudiera parecer, siempre había seguido a sus amigas para que no la rechazaran. Muchas veces había actuado para complacer a otros más que a sí misma.
Una sonrisa se dibujó en su rostro, que se iluminó con un resplandor interno, mientras seguía su caminar alegre y desenfadado, con los brazos abiertos, la mirada alta, y una sonrisa dibujada.
SAMSARA