El viento despeinaba su melena rubia, los cabellos se le venían hacia
adelante y se le enganchaban en el sudoroso rostro. Sus mejillas se
arrebolaban enrojecidas, y en su boca se expresaba una feliz sonrisa.
Respiraba de manera entrecortada, con el ritmo pausado de sus zancadas.
Notaba el impacto del suelo en cada uno de sus pies, en alternancia:
uno, otro, uno, otro... La sensación subía por sus musculadas piernas con
cada paso. Su pecho y su abdomen sentían la presión de la
respiración fuerte, y ella notaba como el aire fresco penetraba en su
boca y pasaba a sus pulmones, y al mismo tiempo le venía a la cabeza, se suponía que por analogía, la
rítmica imagen de la caldera de una locomotora de
carbón, dejando atrás un rastro de vapor de agua.
Aprovechaba esos momentos en los que practicaba su deporte favorito, para dejar
ir la mente y no pensar en nada. A veces se ponía la música en los
auriculares, y a veces lo hacía sin ellos para poder sentir aún más las
sensaciones físicas, sin distracciones y en plena atención a lo que
su cuerpo le sugería. Había días que le apetecía correr más fuerte, sin
embargo, hoy había decidido un ritmo lento, pues el fuerte viento que
soplaba le dificultaba el paso.
Sentía el frescor húmedo y el aire frío que venía desde el mar, mientras
ella trotaba por el paseo marítimo. Se cruzaba con otros esforzados
deportistas, a veces adelantaba a alguien, y a veces era alcanzada por
otros. Pero no sentía espíritu competitivo, pues cada uno iba a su aire,
sin más.
Apareció una ligera punzada en su costado, típica sensación de
cuando haces un esfuerzo, aunque la experiencia le había enseñado que si seguía
corriendo se le pasaría. Pero esta vez prestó de nuevo atención a esa
sensación, sabía que si lo hacía se olvidaría de otros temas más
mundanos. Cuando solía ir a correr, procuraba siempre hacer ése
ejercicio, que la mantenía anclada cíen por cien en el momento
presente.
Para ella correr era una sensación soberbia, excepcional, era lo más parecido a volar
que se le ocurría, el viento, la libertad, la falta de prejuicios, olvidar
los problemas cotidianos del trabajo, la elevaban de manera sublime por
encima de la realidad. Era un pequeño momento para disfrutar de sí
misma, ni jefes, ni compañeros, ni siquiera su novio... solo ella misma y
las sensaciones que le provocaban correr a buen ritmo cerca de la playa.
Si tu, lector, pudieras observarla sin más, allí la verías a ella. Bregando contra la
inclemencia, sintiendo como el calor de su cuerpo se esfumaba con cada
racha de fresco viento, con cada paso que daba. Y así, olvidando el
mundo, la verías seguir avanzando. El espíritu libre, la sonrisa en su
rostro, el paisaje a sus pies...
SAMSARA