Había un ruidito persistente. No obedecía una pauta concreta. Parecía más bien que su ritmo era aleatorio, o al manos él no había encontrado un patrón concreto.
Estaba recostado tranquilamente en el sofá donde le gustaba sentarse a leer de vez en cuando. El ligero e insistente repiqueteo lo había distraído de su lectura, y lo llevó a mantenerse alerta a la escucha. Por eso, cerró el libro, y permaneció atento.
Hacía poco que había dejado de llover, era una mañana de finales del verano, un día festivo, y parecía que el sol se abría paso entre las nubes y entraba tímidamente por la ventana a través de la persiana veneciana.
El curioso ruidito lo producían las gotas al caer al suelo desde el tejado. Quizá era por eso que sonaban de un modo difícil de predecir, puesto que eran distintos sonidos, aunados y amortiguados por la separación que creaban los cristales y los anchos muros de la casa.
Estaba en ese momento mágico, en el que no tienes pensamientos conscientes, lo que cualquier otra persona llamaría "embobado". —Pero no caigas en la trampa, querido lector— él no estaba abstraído ni disperso, sino absolutamente concentrado, totalmente atento a los sonidos que, de repente, empezaban a tomar relieve adquiriendo una intensidad hasta ahora desconocida.
Dejó paulatinamente de escuchar el tintineo de las últimas gotas de la lluvia que se escurrían por el tejado, y empezó a escuchar un gruñido en su interior, a la altura de las tripas. Quizás tenía hambre, o estaba haciendo aún la digestión. No importaba, su atención estaba siendo absorvida por la observación de sus propios sonidos. Curiosamente empezó a sentir una emoción profunda al hacerse consciente de su sonido interior.
Sintió un zumbido en sus oídos, o ¿era un silbido? Sonaba continuado, por encima y más allá del rugido de su estomago. Era prácticamente inaudible, pero ahora a él le pareciera que sonara con una fuerte intensidad. Como si sólo pudiera oír esos sonidos. Empezó a maravillarse.
Escuchó el bombeo de su corazón. Dudum... dudum... casi se sobresaltó. Sintió el fluir de la sangre a través de las arterias de su cuello, imaginó el rojo elemento discurrir en rítmicos impulsos a través de su carótida. Le vino a la mente esos documentales de las tardes dominicales.
Estaba fascinado, casi asustado, del universo que era capaz de construir con solo prestar atención al sonido de su interior. Ahora se generaba una sinfonía de fluidos, fricciones, percusiones, sordinas, que le transportaban a un mundo dentro de otro macromundo. Un mundo de intenso palpitar que se generaba al prestar atención a su interior.
Escuchó otros sonidos a lo lejos, como en la distancia, alguno le parecieron cotidianos, como el runrún de la nevera, o unos críos en la calle, la puerta del garaje del vecino, pero se escuchaban lejos, como en otro lugar, pues él solo tenía focalizada su atención hacia los sonidos que escuchaba dentro de si. Era realmente revelador, era mágico.
El aire friccionaba desde sus pulmones hacia los orificios nasales al salir, y entraba con fuerza generando otro matiz en el soplido. La humedad y el frescor en el ambiente habían congestionado sus mucosas, y un ligero gorgoteo aparecía al inspirar. Se sintió maravillado mientras escuchaba el ligero ruido que hacía su cabello cuando apoyó su cabeza sobre el respaldo del sofá, era un ligero chisporroteo. Quedó fascinado por lo simple, delicado e íntimo.
Un mundo nuevo se construía cuando invertía intencionadamente la polaridad de su observación, al balancear la atención de sus sentidos desde el exterior hacia el interior, y a medida que ejercía ese mágico giro aparecía ante si un universo desconocido y fascinante por lo simple, cercano y al alcance que lo había tenido siempre. A la corta distancia de un simple vuelco en la escucha. De un simple giro en la observación.
Así, descubrió el sonido de su interior.
SÁMSARA
Estaba recostado tranquilamente en el sofá donde le gustaba sentarse a leer de vez en cuando. El ligero e insistente repiqueteo lo había distraído de su lectura, y lo llevó a mantenerse alerta a la escucha. Por eso, cerró el libro, y permaneció atento.
Hacía poco que había dejado de llover, era una mañana de finales del verano, un día festivo, y parecía que el sol se abría paso entre las nubes y entraba tímidamente por la ventana a través de la persiana veneciana.
El curioso ruidito lo producían las gotas al caer al suelo desde el tejado. Quizá era por eso que sonaban de un modo difícil de predecir, puesto que eran distintos sonidos, aunados y amortiguados por la separación que creaban los cristales y los anchos muros de la casa.
Estaba en ese momento mágico, en el que no tienes pensamientos conscientes, lo que cualquier otra persona llamaría "embobado". —Pero no caigas en la trampa, querido lector— él no estaba abstraído ni disperso, sino absolutamente concentrado, totalmente atento a los sonidos que, de repente, empezaban a tomar relieve adquiriendo una intensidad hasta ahora desconocida.
Dejó paulatinamente de escuchar el tintineo de las últimas gotas de la lluvia que se escurrían por el tejado, y empezó a escuchar un gruñido en su interior, a la altura de las tripas. Quizás tenía hambre, o estaba haciendo aún la digestión. No importaba, su atención estaba siendo absorvida por la observación de sus propios sonidos. Curiosamente empezó a sentir una emoción profunda al hacerse consciente de su sonido interior.
Sintió un zumbido en sus oídos, o ¿era un silbido? Sonaba continuado, por encima y más allá del rugido de su estomago. Era prácticamente inaudible, pero ahora a él le pareciera que sonara con una fuerte intensidad. Como si sólo pudiera oír esos sonidos. Empezó a maravillarse.
Escuchó el bombeo de su corazón. Dudum... dudum... casi se sobresaltó. Sintió el fluir de la sangre a través de las arterias de su cuello, imaginó el rojo elemento discurrir en rítmicos impulsos a través de su carótida. Le vino a la mente esos documentales de las tardes dominicales.
Estaba fascinado, casi asustado, del universo que era capaz de construir con solo prestar atención al sonido de su interior. Ahora se generaba una sinfonía de fluidos, fricciones, percusiones, sordinas, que le transportaban a un mundo dentro de otro macromundo. Un mundo de intenso palpitar que se generaba al prestar atención a su interior.
Escuchó otros sonidos a lo lejos, como en la distancia, alguno le parecieron cotidianos, como el runrún de la nevera, o unos críos en la calle, la puerta del garaje del vecino, pero se escuchaban lejos, como en otro lugar, pues él solo tenía focalizada su atención hacia los sonidos que escuchaba dentro de si. Era realmente revelador, era mágico.
El aire friccionaba desde sus pulmones hacia los orificios nasales al salir, y entraba con fuerza generando otro matiz en el soplido. La humedad y el frescor en el ambiente habían congestionado sus mucosas, y un ligero gorgoteo aparecía al inspirar. Se sintió maravillado mientras escuchaba el ligero ruido que hacía su cabello cuando apoyó su cabeza sobre el respaldo del sofá, era un ligero chisporroteo. Quedó fascinado por lo simple, delicado e íntimo.
Un mundo nuevo se construía cuando invertía intencionadamente la polaridad de su observación, al balancear la atención de sus sentidos desde el exterior hacia el interior, y a medida que ejercía ese mágico giro aparecía ante si un universo desconocido y fascinante por lo simple, cercano y al alcance que lo había tenido siempre. A la corta distancia de un simple vuelco en la escucha. De un simple giro en la observación.
Así, descubrió el sonido de su interior.
SÁMSARA