El agua corría por su espalda, deslizándose por su desnuda piel, limpiando y llevándose los restos de jabón. Estaba caliente y provocaba una sensación agradable en contraste con el aire frío del ambiente.
El vapor de agua ascendía sobre su cabeza y se pegaba en las paredes del cuarto, perlando los azulejos y cristales de la ventana. Allá afuera soplaba el viento fuerte que hacía mover las hojas de los árboles en un frenético oleaje, un vaivén intermitente.
Era una mañana desapacible, pero en el interior del baño se perdía la noción del tiempo. El exterior quedaba amortiguado como alejado de su conciencia. No pertenecía a su mundo si no a un más allá, cercano a pesar de todo.
Volvió a enjabonarse, frotando vigorosamente primero, para pasar a hacerlo con mimo, después. Algo hizo que prestara atención a lo que estaba haciendo. Hoy, realmente, no tenía prisa. Era un día cualquiera, pero tenía la mañana libre por cuestiones de su trabajo y pudo permitirse no salir de la ducha con las prisas matutinas.
Siguió frotándose con los dedos de sus manos, primero los antebrazos, sintiendo el tacto de la espuma jabonosa en el vello. Empezó a dibujar círculos sobre su piel, siguiendo por sus brazos. Era como si mientras se frotaba con calma, estuviera abrazándose al mismo tiempo.
Suspiró relajadamente, exhalando el aire caliente a través de sus labios fruncidos, mientras cerraba los ojos para deleitarse en el momento. Siguió abrazándose mientras se enjabonaba frotando delicadamente, haciendo círculos concéntricos.
Sintió que esa pausa en lo cotidiano tenía mucho que ver con el amarse a uno mismo. ¿Porqué siempre tantas prisas? Se sorprendió haciéndose esa pregunta retórica en su interior. Ni se molestó en contestarla, porque ese hecho hubiera puesto mente y razón a un momento mágico e íntimo como ese.
Se frotó el cuello, con suavidad. Ya no sentía ningún tipo de urgencia. Y mientras lo hacía prestó atención plena a la calidez del agua que caía sobre su cabeza. Agua inagotable y cómoda, solo tuvo que mover su cabeza, ladearla de un modo tal que el agua cayera sobre sus hombros. Que maravilla disfrutar de ese lujo tan escaso para otros.
Sintió una sensación de agradecimiento. Un calor interno que fue invadiéndole. Una sensación de paz y armonía que hacía tiempo que no sentía. Y precisamente a eso se dispuso en ese preciso instante. Se dispuso a sentir.
Y sintió la calidez del agua en la piel de su espalda, sintió el aroma del jabón. Sintió la humedad y el calor en su cuerpo. Sintió amor y compasión por su ser, por su cuerpo. Sintió chapotear sus pies en el agua de la ducha, sintió el olor ligero al cloro del agua tratada. Sintió el placer de frotar sus nalgas con el jabón, también su sexo.
Era el placer de sentir, sin prisas. La esquisitez del momento que no tardaría en pasar, pero que ahora era tan presente. Instante que perdura lo que un guiño. Presente que en breve será pasado. Por eso sintió, más que nunca en otros momentos, el valor de las sensaciones.
Inspiró el aire profundamente. Recogiendo aromas del presente. Sintió cómo el aire caliente se introducía en sus adentros que inflaron su pecho y su abdomen para, luego, al poco, dejarlo escapar acompañado de un tibio gruñido. Entrebriendo la boca y emitiendo una ligera exclamación de libertad.
Dejó ir, ahora, el aire a través de sus labios que formó un remolino entre los miles, no sé si millones, de partículas de agua en suspensión. Cerró los ojos en gesto placentero, echando el cuello hacia atrás mientras continuaba con su ritual. Hacía tiempo que no se permitía un momento tan mágico.
Finalmente, cuando se sintió en paz, en armonía con su ser, hizo el gesto de terminar. Cerró la llave del agua y se quedó en silencio. Los brazos inertes a lo largo de su cuerpo. Sintiendo ahora el contraste al no caer ya el agua sobre su cuerpo. Un estremecimiento recorrió su cuerpo como un latigazo eléctrico. Circunstancia que cerraba esa momento mágico.
Ahora, mientras buscaba con la mirada la toalla para secarse, supo que el momento presente era eterno. Pues a cada instante le sucede otro. Y a otro, otro más. Ninguno es igual, ni permanece inalterado.
Alargó la mano para coger su albornoz mientras con ese gesto daba paso a la continuidad de nuevos momentos, o quizás, continuos presentes.
SÁMSARA
El vapor de agua ascendía sobre su cabeza y se pegaba en las paredes del cuarto, perlando los azulejos y cristales de la ventana. Allá afuera soplaba el viento fuerte que hacía mover las hojas de los árboles en un frenético oleaje, un vaivén intermitente.
Era una mañana desapacible, pero en el interior del baño se perdía la noción del tiempo. El exterior quedaba amortiguado como alejado de su conciencia. No pertenecía a su mundo si no a un más allá, cercano a pesar de todo.
Volvió a enjabonarse, frotando vigorosamente primero, para pasar a hacerlo con mimo, después. Algo hizo que prestara atención a lo que estaba haciendo. Hoy, realmente, no tenía prisa. Era un día cualquiera, pero tenía la mañana libre por cuestiones de su trabajo y pudo permitirse no salir de la ducha con las prisas matutinas.
Siguió frotándose con los dedos de sus manos, primero los antebrazos, sintiendo el tacto de la espuma jabonosa en el vello. Empezó a dibujar círculos sobre su piel, siguiendo por sus brazos. Era como si mientras se frotaba con calma, estuviera abrazándose al mismo tiempo.
Suspiró relajadamente, exhalando el aire caliente a través de sus labios fruncidos, mientras cerraba los ojos para deleitarse en el momento. Siguió abrazándose mientras se enjabonaba frotando delicadamente, haciendo círculos concéntricos.
Sintió que esa pausa en lo cotidiano tenía mucho que ver con el amarse a uno mismo. ¿Porqué siempre tantas prisas? Se sorprendió haciéndose esa pregunta retórica en su interior. Ni se molestó en contestarla, porque ese hecho hubiera puesto mente y razón a un momento mágico e íntimo como ese.
Se frotó el cuello, con suavidad. Ya no sentía ningún tipo de urgencia. Y mientras lo hacía prestó atención plena a la calidez del agua que caía sobre su cabeza. Agua inagotable y cómoda, solo tuvo que mover su cabeza, ladearla de un modo tal que el agua cayera sobre sus hombros. Que maravilla disfrutar de ese lujo tan escaso para otros.
Sintió una sensación de agradecimiento. Un calor interno que fue invadiéndole. Una sensación de paz y armonía que hacía tiempo que no sentía. Y precisamente a eso se dispuso en ese preciso instante. Se dispuso a sentir.
Y sintió la calidez del agua en la piel de su espalda, sintió el aroma del jabón. Sintió la humedad y el calor en su cuerpo. Sintió amor y compasión por su ser, por su cuerpo. Sintió chapotear sus pies en el agua de la ducha, sintió el olor ligero al cloro del agua tratada. Sintió el placer de frotar sus nalgas con el jabón, también su sexo.
Era el placer de sentir, sin prisas. La esquisitez del momento que no tardaría en pasar, pero que ahora era tan presente. Instante que perdura lo que un guiño. Presente que en breve será pasado. Por eso sintió, más que nunca en otros momentos, el valor de las sensaciones.
Inspiró el aire profundamente. Recogiendo aromas del presente. Sintió cómo el aire caliente se introducía en sus adentros que inflaron su pecho y su abdomen para, luego, al poco, dejarlo escapar acompañado de un tibio gruñido. Entrebriendo la boca y emitiendo una ligera exclamación de libertad.
Dejó ir, ahora, el aire a través de sus labios que formó un remolino entre los miles, no sé si millones, de partículas de agua en suspensión. Cerró los ojos en gesto placentero, echando el cuello hacia atrás mientras continuaba con su ritual. Hacía tiempo que no se permitía un momento tan mágico.
Finalmente, cuando se sintió en paz, en armonía con su ser, hizo el gesto de terminar. Cerró la llave del agua y se quedó en silencio. Los brazos inertes a lo largo de su cuerpo. Sintiendo ahora el contraste al no caer ya el agua sobre su cuerpo. Un estremecimiento recorrió su cuerpo como un latigazo eléctrico. Circunstancia que cerraba esa momento mágico.
Ahora, mientras buscaba con la mirada la toalla para secarse, supo que el momento presente era eterno. Pues a cada instante le sucede otro. Y a otro, otro más. Ninguno es igual, ni permanece inalterado.
Alargó la mano para coger su albornoz mientras con ese gesto daba paso a la continuidad de nuevos momentos, o quizás, continuos presentes.
SÁMSARA