El Rompeolas. SAMSARA

Permanecía sentado encima de la amplia piedra. Sentía la dureza de la superficie fría al contacto de su trasero, y el frescor le hacía sentir vivo. Además, contrastaba con el calor del ambiente. El sol estaba en todo lo alto del cielo, el cual brillaba intensamente azul, en un precioso día de primavera. Ahí estaba él, sobre una gran roca del espigón del puerto. Rodeado de otras grandes losas similares a la que había elegido para tumbarse. Las grandes rocas dispuestas en hilera, hacían de dique y dejaban en calma y al abrigo las aguas internas del puerto, protegiéndolas de los embates del mar abierto.

Se le había ocurrido la idea hacía poco rato. Hacia una hora aproximadamente. Decidió bajar al puerto de su localidad, con un libro en la mano para disfrutar unos minutos de un precioso día. La verdad es que ahí, expuesto a la intemperie sobre las enormes losas del puerto, hacía más frío del que se imaginaba mientras caminaba sobre el asfalto cuando se dirigía al rompeolas. La brisa marina soplaba más fresca ahí, al borde del mar, que en el interior del pueblo, a solo pocos metros. Por lo que la ropa que llevaba era insuficiente para abrigarse. Por suerte el sol calentaba, y pronto se habituó. 

¡Que sensación maravillosa! Exhaló el aire en un prolongado suspiro, dejando ir las emociones del día, mientras se tumbaba recostándose hacia atrás, con las manos entrelazadas en la nuca, a modo de cojín. Había dejado a un costado el libro que había llevado para leer un rato. Cerró los ojos, al tiempo que inspiraba el aire húmedo con el característico olor a salitre y a mar. Sentía el contraste del frío sobre su espalda, que le subía a través de la ropa desde la losa, con el calor del sol sobre su pecho, que le irradiaba como si fuera una manta térmica invisible. Se estremeció de un ligero placer, recorriéndole un escalofrío desde fuera de su piel hasta el núcleo de sus entrañas. 

Sentía ese momento profundamente mientras escuchaba hipnotizado el batir de las suaves olas sobre las piedras. Rítmicamente. En infinita constancia. En inagotable batir. -Tal y como la vida es desde el inicio de los tiempos-, pensó. Universo eterno, permaneciendo en movimiento constante, inalterable, por encima y a pesar de quién por unos instantes halla reparado en ello, como él en este preciso momento.

Pasaron unos minutos, no sabría cuantos, puesto que se adormiló. Esa sensación como que no estás ni despierto ni dormido. Quizás estás en ese límite entre la vigilia y el sueño. Se movió ligeramente, sintiendo la incomodidad de la dura e irregular superficie, y notó como algo se deslizaba por la losa con una fricción ligera. Abrió los ojos sobresaltado, y vio escurrirse su libro, hacia abajo por una grieta entre las grandes piedras. Al quedarse adormilado, posiblemente el libro le había ido cayendo sin poder hacer nada por evitarlo.

-¡Vaya!- Exclamó, mientras se tensaba. -¡Con lo bien que estaba hace unos segundos!- En cualquier otro momento hubiera exclamado alguna maldición y echado pestes por su mala fortuna. Pero sin saber muy bien porqué, se quedó mirando desde arriba, con su cuerpo medio girado sobre la roca apoyado sobre un codo y con cara divertida, dejando ir un largo y pausado suspiro. Dejó el momento de improvisada meditación, y en seguida, desde su atalaya, empezó a activar su mente para ver cómo podía recuperar su libro. 

SAMSARA


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La Cocina. SAMSARA

     Se movía rápidamente de un lado a otro, aunque en todo momento sabía lo que estaba haciendo, mientras canturreaba una canción. Cortaba los ingredientes sin vacilar, con un buen cuchillo, y los lanzaba sobre la chisporroteante cazuela con alegría y desenfado, como si no tuviera mayor transcendencia. Aparentemente. Porque un observador se daría cuenta enseguida de que estaba absolutamente concentrado. 
     Miraba a sus amigos con picardía, mientras charlaba de esto o de lo otro, pero podría asegurarse que no hacía nada en su cocina, que no fuese fruto de la inspiración. Ahora cogía esto, lo cortaba, ahora cogía lo otro, lo troceaba, y respirando profundamente los iba mezclando con gracia y arte. 
     Un aroma untuoso se elevaba desde los fogones, era una aroma profundo, que te incitaba a permanecer absorto, a observar la escena con la ilusión y la curiosidad de esperar cual sería el próximo movimiento, y como lo realizaría. 
     Él estaba completamente abierto a las respuestas que surgían desde su interior. Es como si cocinara desde el alma, ahora giraba sobre sí mismo, ahora cortaba unas alcachofas, ahora troceaba unos tomates, mientras seguía canturreando. 
     Fluía constantemente, y veías como se preguntaba a sí mismo, cerrando los ojos mientras con su dedo índice se tocaba los labios, en actitud reflexiva. De repente abría los ojos, y se lanzaba sobre la despensa o sobre sus cajones. Había escuchado su respuesta. Abría el cajón de las especias, tocaba cada uno de los tarros, hasta que sus dedos se cerraban sobre uno de ellos. Su cuerpo hablaba, no su mente. Sus sensaciones le dictaban la cantidad, los ingredientes e incluso hasta las vueltas que daba a su cuchara de madera sobre la cazuela.
     En otro de los fogones se estaba cociendo algo más, él lo apagó con diligencia y dejar reposar el contenido sobre los mármoles adyacentes. Se manejaba con fluidez, con la armonía de quién dominaba sus tareas, con la soltura de quién, dejando aflorar sus percepciones de alquimista, creando su propia receta.
     Los amigos seguían su ritmo de conversación, observándolo. Él intervenía de tanto en cuanto, sin distraerse de su faena. Trabajo que lo absorbía y magnetizaba y que le hacía sentir la transcendencia de su labor. Él estaba ofreciéndoles lo mejor de sí mismo, con esa media sonrisa, con ese amor que se entreveía mas allá de sus movimientos.
      Los aromas inundaban su cocina, y su presencia inundaba las miradas, mientras con la misma diligencia que había cocinado, iba colocando los platos sobre la mesa, los cubiertos, vasos, servilletas, agua. Ellos también lo ayudaban a poner la mesa. ¡Que menos! 
     Pronto todo estuvo preparado, era una comida sencilla, sin grandes florituras, pero hacia un aspecto buenísimo. Era el resultado de su sabiduría, la consciencia, el fluir desde el corazón, y el amor por sus amigos.
    Cuando todos degustaron la comida, pudieron sentir la alegría en sus corazones, sintieron elevar sus almas, mientras se miraban y asentían entre ellos, mostrándole al cocinero, sus reverencias y reconocimiento. 

SAMSARA

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La Libertad. SAMSARA

     El viento despeinaba su melena rubia, los cabellos se le venían hacia adelante y se le enganchaban en el sudoroso rostro. Sus mejillas se arrebolaban enrojecidas, y en su boca se expresaba una feliz sonrisa. Respiraba de manera entrecortada, con el ritmo pausado de sus zancadas. Notaba el impacto del suelo en cada uno de sus pies, en alternancia: uno, otro, uno, otro... La sensación subía por sus musculadas piernas con cada paso. Su pecho y su abdomen sentían la presión de la respiración fuerte, y ella notaba como el aire fresco penetraba en su boca y pasaba a sus pulmones, y al mismo tiempo le venía a la cabeza, se suponía que por analogía, la rítmica imagen de la caldera de una locomotora de carbón, dejando atrás un rastro de vapor de agua.
     Aprovechaba esos momentos en los que practicaba su deporte favorito, para dejar ir la mente y no pensar en nada. A veces se ponía la música en los auriculares, y a veces lo hacía sin ellos para poder sentir aún más las sensaciones físicas, sin distracciones y en plena atención a lo que su cuerpo le sugería. Había días que le apetecía correr más fuerte, sin embargo, hoy había decidido un ritmo lento, pues el fuerte viento que soplaba le dificultaba el paso. Sentía el frescor húmedo y el aire frío que venía desde el mar, mientras ella trotaba por el paseo marítimo. Se cruzaba con otros esforzados deportistas, a veces adelantaba a alguien, y a veces era alcanzada por otros. Pero no sentía espíritu competitivo, pues cada uno iba a su aire, sin más.

     Apareció una ligera punzada en su costado, típica sensación de cuando haces un esfuerzo, aunque la experiencia le había enseñado que si seguía corriendo se le pasaría. Pero esta vez prestó de nuevo atención a esa sensación, sabía que si lo hacía se olvidaría de otros temas más mundanos. Cuando solía ir a correr, procuraba siempre hacer ése ejercicio, que la mantenía anclada cíen por cien en el momento presente. Para ella correr era una sensación soberbia, excepcional, era lo más parecido a volar que se le ocurría, el viento, la libertad, la falta de prejuicios, olvidar los problemas cotidianos del trabajo, la elevaban de manera sublime por encima de la realidad. Era un pequeño momento para disfrutar de sí misma, ni jefes, ni compañeros, ni siquiera su novio... solo ella misma y las sensaciones que le provocaban correr a buen ritmo cerca de la playa.

     Si tu, lector, pudieras observarla sin más, allí la verías a ella. Bregando contra la inclemencia, sintiendo como el calor de su cuerpo se esfumaba con cada racha de fresco viento, con cada paso que daba. Y así, olvidando el mundo, la verías seguir avanzando. El espíritu libre, la sonrisa en su rostro, el paisaje a sus pies...

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El Frío. SAMSARA

     El silencio sólo era interrumpido por un ligero y rítmico golpeteo, casi imperceptible. Los copos se posaban parsimoniosamente sobre su chaqueta de plumas. Cuando levantaba la mirada el cielo parecía difuminarse sin límites, de un color blanco azulado que todo lo cubría. Descendían los copos de nieve, en ligera danza que le parecía curiosa e infinita. Los diminutos cristales formaban ligeras estructuras que dibujaban las características estrellitas que se ven en todos los mapas del tiempo y que representan el frío elemento. En efecto, el frío le penetraba a través de sus ropas especializadas, pero era agradable, las llevaba un poco abiertas para poder sentir el frescor, la libertad que le hacía sentir el frío de la silenciosa montaña. Caminaba sobre la blanca superficie, dejando un rastro con las huellas de sus botas de montaña. Iba bien equipado y preparado. Un gorro de lana con orejeras y
borla, al estilo andino, le protegía la cabeza. Se lo quitó, pues le picaba el cuero cabelludo, y disfrutó nuevamente de la sensación de frío y libertad. ¿Qué tendrá que ver sentirse libre, con el frío?, se preguntó para sí mismo. Tampoco le preocupó no obtener respuesta, fue más bien una pregunta retórica, aparecida en su diálogo interior, que se desvaneció mientras se pasó la mano desnuda frotándose el rubio cabello. 
     Suspiró agradecido, por vivir esa experiencia casi mística, de soledad y silencio, recogimiento y plenitud. Inspiró profundamente el olor de la montaña, a pino húmedo, casi imperceptible, puesto que su nariz andaba un poco taponada por el intenso frío. Exhaló largamente, destensando su cuerpo, relajando las articulaciones, dejando ir los pensamientos. Era increíble, hacía pocas horas había estado en la ciudad, y ahora ahí estaba, en plena naturaleza. Formando parte del lento devenir de la ligera nevada. Formando parte del paisaje. Un hombre, solitario, frente a la inmensidad de sus sensaciones. Siguió caminando, sintiendo como sus botas se hundían en la recién caída y vana capa blanca. El sonido de los guijarros al contacto del peso de su cuerpo, se hacía sordo, como un ligero zum zum, que se perdía en la nada que lo envolvía. Sabía dónde se encontraba porque a cada tantos tantos metros se encontraba las indicaciones del parque natural. No había perdida. 
     Volvió a cubrir su cabeza, aceptando con gratitud el calor que le confería la lana del gorrito. También cubrió sus manos de nuevo. Estaban frías, y los guantes también, pero resultaba un placer, saber que en pocas horas descansaría de nuevo frente al fuego de la cabaña. Caminaba por el plano a una altitud de unos 1800 metros, no era mucho, pero aun así notaba la falta de oxigeno cuando intensificaba el esfuerzo. El baile de los diminutos copos continuaba a su alrededor, al ritmo de una música inexistente, haciéndolo sentir un intruso que rompía la paz reinante. Era maravilloso saber que estaba pisando esa fina capa nívea por primera vez, y eso lo hacía sentír único y especial. Y el calor que sentía desde lo más profundo de su corazón, abrigado en su ropa, aún contrastaba más intensamente con el frío que lo envolvía. Ese viaje lo decidió hace pocos días, era una escapada que necesitaba, no sabía muy bien porqué. Pero ansiaba la libertad que proporciona la soledad, el contraste del hombre frente a inmensidad de la naturaleza. Así se sentía él mientras atravesaba el paisaje por la llana extensión rodeada de bosque. 
     Hizo acopio de las sensaciones que estaba viviendo, guardando cada una de ellas en la memoria de su cuerpo, en los registros de su neurología, para tenerla presente en aquellos momentos cotidianos, cuando vuelva a la ajetreada ciudad donde desenvolvía su cotidiana vida. -Gracias naturaleza, por estar ahí, cuando yo te necesito- se dijo. Gracias, gracias, gracias. 

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El Garito. SAMSARA

     El ambiente oscuro en el que se encontraba se iluminaba por momentos cuando un haz de luz rompía la negrura de la sala de baile, eran rayos de luz rojos, otras veces blancos y también azules. El baile de luces cruzaba el aire en direcciones opuestas unos instantes, o todas al unísono en otros momentos, como si barrieran el espacio en busca de las motas de polvo que flotaban en suspensión. El aire enrarecido, olía a una mezcla de ambientador con perfume a chicle de fresa y el sudor de los que allí se encontraban. La música sonaba ensordecedora, al ritmo de Rock Duro. Las gentes bailaban a su alrededor, contorneándose, moviendo la cabeza rítmicamente, y dibujando grotescos gestos en sus rostros. Eran caras blancas y lívidas, perladas de sudor. También se olía el dulzón hedor de las bebidas de alcohol. Parecían abstraídos en su danza de gestos tribales rudos y espasmódicos, como de trance en algunos casos.
     Ella observaba la escena agobiada por las sensaciones. Sentía la música latir profundamente en el fondo de su pecho. Sentía el calor de los cuerpos de las personas allí reunidas, a pesar del intento de mantener el local a una temperatura adecuada, por el frío generado por los equipos de refrigeración. Por la angosta sala de fiestas se esparcían mesas negras y taburetes de forma cúbica, forrados de terciopelo rojo, el cual se adivinaba raído y desgastado. Las copas medio llenas y los botellines de cerveza se apilaban en las repisas, mesas, y altavoces, marcando cercos húmedos y diseminadas sin aparente sentido, como si se trataran de las piezas de una loca partida de ajedrez.
     El ambiente era asfixiante, y ella estaba incómoda. Había venido con sus amigas, pues a ella le encantaba bailar y dejarse llevar por la música, pero aquello no era de su agrado, ahora mismo la voz del cantante, ronca y aguardentosa, sonaba en los altavoces, mientras la batería martilleaba y las guitarras extendían su serpenteante y eléctrica melodía infernal. No se podía hablar, aunque alzara la voz, no conseguía hacerse entender con sus amigas. Alguien se le acercó y le gritó al oído, sintió en su cuello el calor de su aliento, la humedad salpicada por los gritos y el olor a cerveza. El pelo lacio y mojado del personaje que le estaba diciendo algo se le enganchó en su mejilla. Ella instintivamente se apartó.
     Definitivamente, ese sitio no era de su agrado. Se separó de la columna sobre la que estaba apoyada tomando impulso con su delgado y bonito cuerpo. Su ropa de tonos claros, destacaba con las indumentarias de la mayoría, se dirigió a donde sus amigas y les gritó declarando sus intenciones de marcharse e irse a casa. Ellas intentaron decirle algo, pero no las oyó. Las besó con amor y cariño, las abrazó con gesto amable, deseándoles con su dulce mirada que lo pasaran bien.
     Con pasos firmes y decididos, atravesó la sala para dirigirse a la salida. Era como abrirse camino por un lodazal. No se sentía a gusto. Cuando por fin abrió la puerta que daba a la salida, una bocanada indescriptible de frescura vivificó sus sentidos, desde la coronilla hasta el vientre. El aire fresco de la noche, el aroma a lavanda y al césped de los jardines adyacentes la acogió, sosteniendo sus emociones con la claridad de la luz limpia. Tomó, sorbió, y se inundó de una bocanada de aire puro. De aire brillante. Del luminoso espacio de la noche clara. La luna resplandecía en el firmamento. -Deben quedar unos cuatro días para que sea llena-, pensó. 
     La energía que sintió en su cuerpo era vibrante, azul diamante. Sintió, con placer, la energía recorrer su cuerpo, mientras la fresca brisa de la noche, agitaba su blusa clara y la falda corta color tierra. Hinchó su pecho una vez más, y comenzó a caminar, alejándose de la desvencijada sala de fiestas. Había tomado la decisión correcta, había dejado a sus amigas, había abandonado aquel lugar y se sintió aliviada. 
     No miró atrás, caminó hacia la estrellada y luminosa noche, por las calles de la coqueta ciudad residencial, con la seguridad de que, al igual que había hecho esa noche, debería hacerlo en la vida. No iba a dejarse llevar nunca más por las modas, por lo que otros le dijeran, iba a dejarse guiar solo por ella misma, por lo que sentía y por lo que necesitara, aunque en un principio tuviera que caminar sola. Había sido una decisión difícil, más de lo que pudiera parecer, siempre había seguido a sus amigas para que no la rechazaran. Muchas veces había actuado para complacer a otros más que a sí misma. 
     Una sonrisa se dibujó en su rostro, que se iluminó con un resplandor interno, mientras seguía su caminar alegre y desenfadado, con los brazos abiertos, la mirada alta, y una sonrisa dibujada.

SAMSARA


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La danza. SAMSARA

Al recibir su peso, las tablas del parquet crujían lastimosamente, al tiempo que retumbaban los golpes sordos y rítmicos, marcando el contacto de sus almohadilladas zapatillas de ballet sobre la pulida madera. A cada salto, a cada brinco, o cada vez que caía o giraba sobre sí misma, el impacto de las duras puntas, marcaba una nueva vuelta, o el final de un paso. La música se unía melodiosamente a la cacofonía de sonidos sordos, de temblores y repiqueteos del encerado. Su respiración se hacía entrecortada y jadeante, expirando e inspirando de forma controlada, para tomar impulso ahora, para dejarse caer un instante después. 
El público en la grada observaba sus evoluciones admirando su graciosa figura y lo armonioso de sus movimientos. La finura de sus músculos, se admiraban bajo su húmeda piel, y por debajo del maillot se podía apreciar cada contracción y relajación. Cada fibra, cada tendón se expresaba también por la elasticidad y fuerza de sus movimientos. Entró en escena su compañero, al igual que ella, sus movimientos mostraban la fuerza de su cuerpo, la elasticidad y la belleza de sus vigorosos músculos. Llegó corriendo graciosamente según los pasos ensayados mientras ella se le unía en la danza, y se dejaba tomar por él. El sudor perlaba sus cuerpos, humedecía el ambiente, mientras al girar, infinidad de gotas salían expelidas en espiral hacia todas direcciones. Los que se sentaban en primera fila observando la preciosa danza, incluso recibían y sentían la humedad de sus piruetas y acrobacias.
Ella se sentía absolutamente enajenada, mentalmente ausente, solo su cuerpo estaba conectado a su alma, nada la hacía sentir que estuviera en la tierra. Nada le hacía recordar que eso solo ocurría en un instante, que tras el momento preciso que ahora estaba viviendo, lo cotidiano volvería en sucesión de hechos. Para ella solo existía el momento presente, ni hubo instantes antes ni los habrá después. La conexión con su pareja era total. Absoluta. Ambos respiraban al unísono, los dos transpiraban profusamente, jadeaban ahora, se pausaban al instante siguiente, para volver a unirse en una éxtasis sin igual. Un éxtasis de pasión, ritmo, arte, y amor sublime.
La música clásica marcaba el ritmo de su juego, de su danza y su baile, mientras el parquet volvía a recibir el impacto de sus musculosos cuerpos. La cadencia de los movimientos venían marcados por la melodía. Pero ellos ya no estaban allí presentes. Ellos habían transcendido ese instante y volaban a miles de millas de distancia de aquel lugar. Estaban unidos a aquello que los sostenía, unidos a la madera del piso que los sustentaba y acogía, y unidos a los más de mil almas que los observaban desde el gran anfiteatro. Ellos, el público, entregados al maravilloso instante que estaban viviendo, también habían dejado de estar sentados y se habían unido a la danza de las mil maneras que podían hacerlo. Cada uno según su percepción, según los conocimientos que la consciencia de cada alma de los allí presentes podía proporcionarles. Todos eran uno. Unidad vibrando en la diversidad de mil seres.
Aquello era sublime, poderoso, caliente y sensual. El ritmo, la danza, el espectáculo de sus preciosos cuerpos, los espectadores, todos unidos por aquella consciencia única, aquello que lo sostenía todo. Unidos en ese bello espectáculo. Ahora los movimientos eran como en cámara lenta, ella respiraba sin sufrimiento aparente, impelida por una fuerza superior a su voluntad, ahora saltando con su espigado cuerpo, y ahora cayendo en brazos de él, que la recogía con dulzura y gracia mientras amortiguaba su peso balanceando el suyo propio. Jugando con las luces tras el escenario, que solo eran unos puntos de luz difuminados, que daban un entorno perfecto, un ambiente incorpóreo y misterioso, mientras sus cabellos al aire hacían parpadear la claridad de las luces de ambiente. Era todo voluptuoso, seductor, y te sustraía de la realidad cotidiana. Era como un gran acto de amor, casi pornográfico por lo intenso, que hacía unir a todo el teatro en una única respiración al ritmo del va i ven infernal de la preciosa, pero implacable danza.
    El tablado seguía crujiendo, la madera seguía moviéndose trémula, sus cuerpos seguían sudando, danzando unidos, mientras los espectadores eran un solo respirar. Eran una sola consciencia. Eran un absoluto agujero mental sin fondo. Todos eran bailarines, y la danza era  todo. Lo único. Unidad en un instante.
Así es la vida, cuando la intensidad de la pasión transciende el momento. Así es el todo, cuando la mente presente, no separa el mundo en infinidad de cosas, objetos y percepciones. Así es el cosmos, cuando la mente no hace acto de presencia y empieza a seccionar los eventos en pasado y futuro. Así debe ser el universo, cuando no analizamos, diseccionamos y juzgamos. Así de libres se sienten los danzarines, cuando se entregan a su cuerpo, dejando atrás sus pensamientos.
     Y ellos seguían, seguían. Y seguían bailando.

SAMSARA
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El Encuentro. SAMSARA

       El crepitar de la hierba seca, que amarilleaba bajos sus pies desnudos, le hacia darse cuenta que estaba en contacto con la tierra. El aire fresco del atardecer le hacia sentir ligeros escalofríos de placer. Era uno de esos momentos sublimes, de máxima felicidad al disfrutar de esas ligeras sensaciones. Caminaba descalzo por el prado, con las manos en los bolsillos de sus tejanos. La camiseta blanca, húmeda por su propio sudor, la llevaba enrollada en el cuello, atrapada por las cinchas de su mochila. Sus zapatillas deportivas, de suela con tacos y ligeras, como las que usan los corredores habituales, las llevaba unidas por los cordones y colgadas de una mano.
  Sus pensamientos eran tan ligeros como su caminar. No estaba pensando en nada en particular, aunque su mente seguía activa, pero nada le hacia detenerse en un pensamiento u otro. 
Había decidido salir a dar un paseo por los campos de los alrededores de la pequeña población en la que vivía. Era una tarde preciosa, de esas que la temperatura es ideal, en la que no sientes frío ni calor. Ese camino lo había recorrido tantas y tantas veces, que generalmente lo hubiera vuelto a hacer prácticamente sin prestarle atención. Pero hoy era diferente. Hoy era un día sublime. Las sensaciones se acumulaban enriqueciendo cada instante, cada momento de su paseo. Solamente permanecía centrado en cada una de esas sensaciones, mientras seguía caminando, despacio, sin prisas. Una sensación de alegría irreprimible le recorría todo su cuerpo. Es como si estuviera unido a cada palmo de terreno que recorría. 
Algunos de los tallos que pisaba al caminar, se le clavaban en la planta de los pies, provocándole un pequeño dolor que se transformaba con el siguiente paso en una ligera corriente de placer. Respiraba hondo y profundamente, sintiendo la mezcla de olores de la tierra y la hierba calientes, de los pinos, los algarrobos y las encinas que lo rodeaban. Sentía el zumbido de un insecto o la ligera molestia de alguna mosca cuando persistía una y otra vez en posarse en su piel sudorosa, e incluso algún mosquito desagradable que insistía en llevarse su parte del líquido y rojo elixir, cual pequeño vampiro. Eran momentos mágicos. Seguía en su lento y agradable caminar, cuando de repente tuvo un inesperado encuentro. 
Frente a el estaba parado un pequeño bambi. Pensó en bambi, porque no tenía ni idea del tipo de ciervecillo que podría ser, puesto que él no era ningún entendido. Era de tamaño mediano, ligero con sus delgadas patas, el cuello largo y esbelto. Su pelo era corto, brillante y sedoso, de color ámbar oscuro. El animal lo miraba fijamente con sus grandes y oscuros ojos negros, pudo ver en su mirada la misma fascinación que él estaba sintiendo al permanecer ante tan delicado y grácil ser. El bambi, por así decirlo, ladeó su cabeza sin dejar de observarlo, le recordó a un perrito de esos tan inteligentes, por su gesto. En su testa se adivinaban dos pequeñas astas, ligeros cuernecillos graciosos. Su cuerpo era nervudo y musculoso, y bajo su piel resplandeciente se veía palpitar la vida, en forma de ligeros tics, y un rápido respirar en sus flancos. 
El animal lo seguía observando, quieto. Solo se diferenciaba de una estatua por los rápidos y nerviosos movimientos de sus orejas. Él también lo observó con una mezcla de curiosidad e interés. Era un momento de conexión entre dos especies desconocidas. Dos mundos absolutamente opuestos, el hombre civilizado parado frente a un animal que vivía salvaje su absoluta libertad. Sintió de repente un gran amor y afecto hacia ese animal, al mismo tiempo que veía en ése ser una mirada ausente de miedo pero llena de una inteligencia natural que lo sobrecogía. 
Sintió que el cervatillo, bambi, corzo, o lo que fuera, lo miraba con tierna inteligencia, como si fuera capaz de penetrar hasta el núcleo de su ser. Sintió la unión con lo mas profundo de la naturaleza, y se sintió que formaba parte del todo, de algo superior que lo sostenía y lo arropaba, que estaba allí envolviéndolo con sumo amor. Una consciencia superior, que estaba, había estado y estará siempre uniéndolo a él, a la naturaleza de su entorno y a ese pequeño e inteligente animal.
Después de un tiempo indefinido de intensas sensaciones, el animal picó con sus patas delanteras sobre el suelo, en nervioso gesto, al mismo tiempo que realizaba un juguetón salto hacia un lado con las patas traseras, flexionaba su ligero y fibrado cuerpo hacia delante, como si  lo estuviera invitando a jugar, y de un solo salto se desplazó un metro hacia atrás, para girarse en el aire un cuarto de vuelta y salir corriendo como una exhalación hacia el pequeño bosquecillo que había frente al perplejo caminante.
El animal desapareció con el mismo sigilo con el que había aparecido, y al irse, algo se llevó con él. Una sensación de vacío se apoderó del hombre, como si le hubieran arrancado algo de sus entrañas, como si desapareciera esa parte interior que nos une a la naturaleza. 
Se dio cuenta que tenía la boca abierta, colgando su mandíbula inferior en singular gesto de asombro. La cerró. Con una sonrisa. Aún conectado a la intensa sensación de unión con lo mas profundo de su naturaleza animal. Se sintió huérfano de su parte de ser vivo, y se hizo consciente, al echar de menos la intensa conexión que había sentido con el cervatillo, de que generalmente vivía desconectado de la naturaleza, de la tierra, de sus ancestros, y de los otros seres vivos de diferentes especies. 
Fue como una inspiración, por lo cual se dijo a si mismo, que a partir de ahora iba a tener un mayor contacto con el bosque, saldría a pasear más a menudo y no dejaría pasar tanto tiempo sin disfrutar de los maravillosos parques y caminos que existían cerca de su casa. Se comprometió a realizar más paseos por la montaña, por el campo, el mar y la naturaleza. El solo o con sus amigos, puesto que el intenso instante que había vivido, deseaba volver a sentirlo de nuevo.
       Inspiró profundamente el aire fresco sintiendo los profundos aromas del monte, tensó su cuerpo por unos instantes, y exhalo hasta vaciar sus pulmones mientras relajaba sus extremidades. Dio un paso hacia delante para seguir con su paseo, recordando con alegría y nostalgia, el intenso encuentro frente al precioso ser. 

SAMSARA
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