
Una valla metálica sencilla, corroída la pintura, descascarillado el esmalte, por el paso del tiempo y la intemperie, era lo único que la separaba del abismo. Allí estaba, con su cabello moreno al viento, su barbilla elevada, los ojos semicerrados, aspirando el aire y llenando su abdomen con una inspiración profunda, que provocó un suspiro largo y liberador.
Sus ojos recorrían el multicolor espacio de derecha a izquierda, perdiéndose en los detalles que a pesar de la lejanía era capaz de captar. Ahora un popular rótulo luminoso, seguido de un edificio singular. Iba reconstruyendo en su mente la tan conocida ciudad de su vida, donde siempre había vivido, una gran capital. Los recuerdos de su vida la estremecían mientras sentía como su ser se vivificaba. Estaba impresionada. Estaba consciente de sus emociones, del sentir que le provocaba mirar, desde allá en la distancia, el lugar donde había crecido.
Se hallaba en un mirador, paralelo a la poco concurrida carretera secundaria, salida trasera de su ciudad, antaño muy concurrida, hoy casi en desuso. El caso es que actualmente la ciudad disponía de infraestructuras más modernas, vías de comunicación rápidas, por donde el tráfico rodado entraba y salía de esa gran urbe.

Un mar de emociones le venían al presente, se le mostraban vívidos mientras paseaba la vista por esa alfombra tejida por ríos de asfalto, luces de semáforo, de vehículos circulantes, construcciones de un Lego gigante que a media tarde intensificaban su febril actividad, pues pronto las oficinas irían, poco a poco cerrando, escupiendo a sus trajeados empleados, que afanosos y adormecidos, irían pronto retornando a sus hogares, a vivir su vida pequeña.
Esa tarde ella había querido sentirse sola, respetarse a sí misma haciendo algo que le llamaba la atención desde hacía tiempo, y decidió concederse ese paseo, para ver, sentir, y emocionarse mientras se alejaba del centro de su vida, como si de un ejercicio sutil, sublime, se tratara. Para observarse desde lejos, su vida desde la distancia, como si de un observador ajeno se tratara, como si fuese un observador apartado y lejano de sí misma.

Volvió a suspirar largamente, mientras el viento le llevaba los cabellos a la cara y volvía a llenar los pulmones, de un aire de repente más limpio, más enérgico, más lleno de vida.
SAMSARA